En la antigua Grecia, en tiempos de inestabilidad y cambios, surgieron distintas escuelas para alcanzar la buena vida. Los estoicos eligieron como guía la virtud. Los epicúreos, el placer. Los escépticos optaron por cuestionarlo todo. En lugar de aferrarse a certezas, suspendieron el juicio. Con el objetivo de alcanzar la ataraxia: la tranquilidad del espíritu que nace de aceptar que nada es seguro.
Escasea la duda en una época saturada de afirmaciones cada vez más tajantes para captar nuestra atención. El experto habitual de los podcasts, cuya opinión se presenta como verdad incuestionable, es el anti-modelo del escepticismo. Frente a él, el escéptico sigue investigando, consciente de que todavía no ha encontrado la verdad.
El fundador de esta tradición fue Pirrón. De él se cuenta que, cuando una tormenta desató el pánico en el barco, observó a un lechón comiendo tranquilo y lo tomó como ejemplo del sabio ideal: imperturbable ante lo incierto. Por desgracia —o por suerte, ¿quién sabe?—, no se conserva ningún escrito suyo. Fue Sexto Empírico quien recogió y transmitió las enseñanzas del pirronismo, influyendo siglos más tarde en viejos conocidos como Montaigne o Taleb. En esta edición de Preguntando a los clásicos, nos asomamos a sus ideas.
Epoché
Hay argumentos igual de convincentes a favor de una postura y de su contraria. Ante este desacuerdo, el dogmático refuerza su posición, creando castillos cada vez más complejos para defender sus ideas. El escéptico opta por enfrentar los argumentos y suspender el juicio.
Suspender el juicio no significa rechazar lo que se presenta a los sentidos ni quedarse paralizado. El escéptico no niega que si hay una realidad, esta se manifiesta a través de los sentidos. Lo que suspende es el juicio sobre su naturaleza última. El escéptico actúa guiado por las apariencias y las costumbres. No necesita una teoría sobre lo que son las cosas. Basta con cómo se le presentan. Porque no busca el conocimiento definitivo. Busca la tranquilidad.