¿Por qué hemos dejado de hacer Einsteins?
Tutoría aristocrática I: Explicando el declive del genio
Nos fascina el genio autodidacta, el fracaso escolar que transforma el mundo, el outsider que todo lo cambia. ¿De verdad son estas descripciones comunes entre los genios? ¿Realmente Einstein fracasó en la educación y aprendió Física por su cuenta? ¿Es solo cuestión de talento?, ¿o existe una forma de aprender compartida por los grandes genios?
Desde Marco Aurelio, hasta el propio Albert Einstein, pasando por Bertrand Russell, Charles Darwin o Hannah Arendt, existe un método de aprendizaje común: la tutorización aristocrática. El neurocientífico Erik Höel explora si la posible falta de genios se debe a que hemos abandonado esta peculiar forma de aprender.
En esta edición un poco diferente de Aprendizaje Infinito traduzco, con permiso del autor, el artículo Why we stopped making Einsteins en el que Höel explora el declive de los genios y la tutorización aristocrática.
Puedes leer el artículo original aquí.
Te dejo con la traducción.
¿Por qué hemos dejado de hacer Einsteins?
Creo que el hecho más deprimente de la humanidad es que durante la década de los 2000 la mayor parte del mundo ha recibido acceso libre a la totalidad del conocimiento y eso no ha desencadenado una edad de oro.
Piensa lo suficiente en la llegada de Internet y parece imposible no empezar a desechar las ideas preconcebidas sobre cómo se produce la genialidad. Si la genialidad fuera sólo una cuestión de capacidad genética, en el siglo pasado, a medida que la población mundial aumentaba espectacularmente, que la educación de masas se disparaba, que las barreras raciales y de género se derrumbaban en todo el planeta y, sobre todo en las últimas décadas, a medida que la información libre inundaba nuestra sociedad, deberíamos haber asistido a un auge de la genialidad: una eflorescencia de los mejores matemáticos, los más grandes científicos, los artistas más asombrosos.
Si un renacimiento es demasiado grandioso para ti, ¿admites al menos que deberíamos haber esperado algún tipo de mejora?
Y, sin embargo, este gran experimento del mundo real no sólo no ha tenido ningún efecto, sino tal vez el efecto exactamente opuesto: un declive de genios. Piensa en lo raros que son hoy en día los verdaderos genios de la historia mundial, y en lo diferente que era en el pasado. En Where Have All the Great Books Gone?, Tanner Greer recurre a Oswald Spengler, para señalar nuestro actual declive de genios.
«[Spengler] describe repetidamente a Tolstoi (fallecido en 1910), Ibsen (fallecido en 1906), Nietzsche (fallecido en 1900), Hertz (fallecido en 1894), Dostoievski (fallecido en 1881), Marx (fallecido en 1883) y Maxwell (1879) como figuras de importancia "histórico-mundial" definitoria: en otras palabras, como si trabajaran en el mismo plano que Platón, Arquímedes, Ovidio, Shakespeare y Newton. No discute sus méritos; para él es obvio que estos son los hombres que merecen ser considerados como figuras "histórico-mundiales", y está claro por la forma en que expone sus argumentos que espera que sus propios lectores ya estén de acuerdo con él.
Reflexiona sobre ello. Spengler empezó a escribir La decadencia de Occidente en 1914. Tolstoi sólo llevaba cuatro años muerto cuando Spengler empezó su libro; Marx había fallecido solo hace 30 años. Pero Spengler podía afirmar, con la plena confianza de que su público no le cuestionaría, que estos hombres pertenecían al panteón mundial de las grandes figuras de la humanidad. Pero Spengler no estaba solo en este tipo de juicios. Diez años más tarde, John Erskine impartiría su curso sobre las grandes obras de la tradición occidental –que fue el abuelo del Columbia Common Core, el plan de estudios de St. John's y la serie Great Books of the Western World– e incluía también todos los nombres antes mencionados. A esto Erskine añadiría los nombres de William James, Sigmund Freud, Thomas Hardy y Charles Darwin…
¿Hay alguien que haya muerto en la última década sobre el que se pueda hacer esa afirmación?
¿Y en las dos últimas décadas?
¿En las últimas tres?
¿O hay alguien que aún viva y pueda describirse así?»
Hay un montón de otros análisis (en realidad, lamentos) de naturaleza similar que podría nombrar, desde El genio científico se extingue, de Nature, hasta La caída del intelectual, de The New Statesman, pasando por ¿Adónde se han ido todos los genios? de The Chronicle Higher Education, La dificultad del descubrimiento (¿Adónde se han ido todos los genios?), de The Wired, ¿Dónde están todos los Fodors?, del filósofo Eric Schwitzgebel, o mi propio lamento por la falta de escritores de ficción de primera fila.
Si no estás de acuerdo, admito que es difícil encontrar pruebas irrefutables del declive de los genios: las contribuciones intelectuales son muy difíciles de cuantificar, la definición de genio siempre es objeto de debate y cualquier discusión elude necesariamente todo tipo de puntos y contrapuntos. Pero las cifras, al menos a primera vista, parecen respaldar lo anecdótico. He aquí un gráfico de ¿Dónde está el Beethoven de hoy?, de Cold Takes. A continuación, puedes ver el número de científicos aclamados (en azul) y artistas (en rojo), dividido por la población efectiva (población humana total con la educación y el acceso para contribuir a estos campos).
Este conjunto de datos en particular termina en 1950, pero la tendencia a la baja es clara. Y Strange Loop Canon elaboró este gráfico de genios basado en las menciones de Wikipedia.
Estos gráficos ni siquiera cuantifican la explosión demográfica efectiva que supuso Internet (y su inquietante falta de auge de genialidad).
Por supuesto, se podría replicar que sigue habiendo muchos Einsteins, sólo que no parecen Einsteins porque ahora las ideas son mucho más difíciles de encontrar. Este argumento de que «las ideas son cada vez más difíciles de encontrar» tiene algunos datos que lo apoyan, aunque no todo el mundo está de acuerdo. Sin embargo, incluso si las ideas son cada vez más difíciles de encontrar (hasta cierto punto), ¿explica esto totalmente nuestra escasez de genios? ¿Seguro que en los últimos veinticinco años ha sido tan difícil encontrar ideas como para anular por completo la explosión de información gratuita para casi todo el mundo? Y «las ideas son cada vez más difíciles de encontrar» parece especialmente poco convincente fuera de las ciencias duras, en ámbitos como la música o la ficción.
Puede que nos incomode que se señale, pero la ausencia de genio es un problema importante. El agotamiento cultural e intelectual global es un riesgo existencial para la viabilidad a largo plazo de la humanidad. Los genios impiden que eso ocurra; nos renuevan, rejuvenecen y revigorizan. No deberíamos ser tímidos al respecto.
Entonces, ¿dónde están todos los Einstein?
La respuesta debe estar en algún lugar de la educación. Y si nos fijamos en la investigación sobre las diferentes estrategias educativas y su eficacia, vemos en efecto todo tipo de debates sobre las mejores prácticas, los estilos de aprendizaje, el tamaño de las clases, la política monetaria y la igualdad. Pero sobre todo vemos, en realidad, que nada de eso importa demasiado. Freddie deBoer, investigador en educación y colega de Substack, señala que…
«…ganar la lotería para asistir a una escuela supuestamente mejor en Chicago no supone ninguna diferencia en los resultados educativos. ¿En Nueva York? No hay diferencia. ¿Qué determina las tasas de finalización de estudios universitarios, la calidad de la enseñanza secundaria? No, eso no marca ninguna diferencia; lo que importa es la «capacidad de preingreso». ¿Qué hay de los colegios privados frente a los públicos? Si se corrigen las diferencias demográficas subyacentes, no hay diferencia. Los padres de muchas ciudades están obsesionados con que sus hijos vayan a institutos competitivos, pero cuando se corrigen las diferencias de capacidad, no hay ninguna diferencia. Los chicos que no llegan a la nota de corte y los que la superan tienen una capacidad subyacente muy similar, por lo que no debería sorprendernos en absoluto que tengan resultados muy parecidos, a pesar de ir a colegios muy diferentes. (La percepción de que estas escuelas importan se basa exactamente en la misma mala lógica de la que se beneficia Harvard). Del mismo modo, las escuelas públicas muy solicitadas en Kenia no marcan ninguna diferencia. ¿Ganar la lotería para elegir tu escuela secundaria en China? No hay diferencia».
Muchos han interpretado este efecto nulo de las escuelas como un signo de determinismo genético, según el cual lo único que importa es alguna capacidad innata, como el cociente intelectual, y la educación es, en el mejor de los casos, sólo la entrega de un repositorio de hechos.
No creo que éste sea el caso. Porque paradójicamente existe una respuesta consensuada y específica a la mejor manera de educar a los niños, una manera que tiene efectos claros, evidentes y contundentes. El problema es que esta respuesta es inaceptable. El método superior de educación es profundamente injusto y privilegia a los que están en lo más alto de la escala socioeconómica. Es una respuesta bien conocida históricamente y también observada por los investigadores de la educación en la actualidad: la tutoría.
La tutoría, la enseñanza individualizada, mejora espectacularmente las capacidades y las puntuaciones de los alumnos. En la investigación educativa, este efecto se denomina a veces «el problema dos sigma de Bloom», porque en los años 80 el investigador Benjamin Bloom descubrió que los alumnos tutelados:
«…rindieron dos desviaciones estándar mejor que los estudiantes que aprenden mediante métodos de instrucción convencionales, es decir, "el estudiante medio que recibió tutoría superó al 98% de los estudiantes de la clase de control"».
Sin embargo, a pesar de su conocida eficacia, la encarnación moderna de la tutoría se refiere casi universalmente a exámenes específicos: en Estados Unidos, los exámenes Advanced Placements (AP), los SAT y los GRE forman la santísima trinidad de la tutoría privada. Esto significa que la tutoría contemporánea, el método más eficaz de educación, está orientada de forma abrumadora a un pequeño conjunto de medidas que quedan bien en un currículum universitario.
Esta es sólo una versión reducida de la tutoría que se hacía históricamente. Si retrocedemos en el tiempo, la tutoría tenía un alcance mucho más amplio, actuando como el principal método de educación temprana, al menos para la élite.
Llamemos a esta forma del pasado tutoría aristocrática, para distinguirla de un tutor con el que te reúnes en una cafetería para repasar los problemas de matemáticas del SAT mientras el reloj avanza. También es diferente de la «paternidad tigre», que se centra específicamente en el relleno del currículum necesario para que los niños cumplan los requisitos imposibles de las universidades de alto nivel. La tutoría aristocrática no se centraba en aspectos medibles. Históricamente, solía consistir en que un tutor adulto pagado, experto en la materia, pasaba mucho tiempo con un niño o adolescente, instruyéndole pero también haciéndole participar en debates, a menudo en régimen de internado, fomentando tanto el conocimiento como el compromiso con temas y campos intelectuales. Como su nombre indica, era algo reservado sobre todo a los aristócratas, lo que significa, sin lugar a dudas, que era profundamente injusto.
Es una tradición que se remonta tan lejos como se pueda encontrar. Pensemos, por ejemplo, en uno de los dirigentes más grandes de todos los tiempos y uno de los pocos verdaderos reyes filósofos, el emperador romano Marco Aurelio. Will Durant, en La historia de la civilización: Volumen III, César y Cristo, dijo de la educación de Aurelio que:
«Nunca se educó a un niño con tanta perseverancia... A Marco le gustaban los juegos y los deportes, incluso la caza y la captura de aves, y se hicieron algunos esfuerzos para entrenar su cuerpo, así como su mente y su carácter. Pero diecisiete tutores en la infancia son una gran desventaja. Cuatro gramáticos, cuatro retóricos, un jurista y ocho filósofos se repartieron su alma entre ellos. El más famoso de estos maestros fue Marco Cornelio Fronto, que le enseñó retórica. . . Marco lo amaba, le prodigaba todas las bondades de un alumno afectuoso y real, e intercambiaba con él cartas de íntimo encanto…»
La tutoría aristocrática se extendió por reinos y continentes durante varios milenios. Si avanzamos casi 2.000 años, encontramos a Bertrand Russell, uno de los genios indiscutibles del siglo XX, que fue un caso clásico de tutoría aristocrática: criado por sus ricos abuelos, ni siquiera asistió a la escuela hasta los 16 años, y tuvo una puerta giratoria de tutores igual a la de Marco Aurelio. Muchos de ellos eran científicos e intelectuales impresionantes por derecho propio; por ejemplo, J. Stuart, uno de los tutores de Russell, había sido alumno de Lord Kelvin (ese «Kelvin»). Russell, gracias a su detallada autobiografía, nos da una clara impresión de cómo era la tutoría aristocrática. He aquí un fragmento de la novela gráfica que adapta la vida de Russell, Logicomix:
El mismo tipo de situación idílica de aprendizaje se dio en el caso del famoso compatriota de Russell, Ludwig Wittgenstein, que recibió clases particulares en casa hasta los 14 años. Nombra a un genio y encuentra un tutor: las institutrices1 de John von Neumann le enseñaron idiomas, y también tuvo otros tutores posteriores. Incluso en los casos en que los niños no fueron educados totalmente en casa, hasta la segunda mitad del siglo XX, los tutores aristocráticos fueron un complemento ocasional y constante de la educación tradicional. Considérese la facilidad con la que Darwin, con sólo 16 años y ya en la universidad, contrató personalmente a John Edmonstone, un antiguo esclavo y liberto negro, para que le diera lecciones de taxidermia fuera de sus clases (lecciones más tarde clave para sus colecciones de especímenes en el Beagle). El joven Darwin describió a Edmonstone en sus cartas como alguien que:
«…se ganaba la vida disecando pájaros, y lo hacía muy bien: me daba clases a cambio de una paga, y yo solía sentarme a menudo con él, porque era un hombre muy agradable e inteligente…»
Si nos remontamos más atrás, a los años 1600 y 1700, los tutores aristocráticos son la norma, a menudo miembros de la propia aristocracia. De joven, Voltaire tuvo como tutor al culto y experimentado abad de Chateauneuf, que fue también su padrino. A su vez, Voltaire fue tutor de Émilie du Châtelet, una de las primeras mujeres científicas y matemáticas (famosa por sus duras exigencias a sus tutores). Ada Lovelace, inventora del primer algoritmo, fue tutelada en su juventud por Mary Somerville, otra de las primeras científicas (de hecho, el término «científico» se acuñó específicamente para referirse a Somerville de forma neutra en cuanto al género, en lugar del anteriormente utilizado «hombre de ciencia»).
El propio Descartes, el gran filósofo, murió literalmente a causa de las clases particulares: a los 53 años daba lecciones a la reina Cristina de Suecia a la intempestiva hora de las cinco de la mañana, y el paseo matutino hasta el frío castillo (que odiaba) le provocó una pulmonía2. Pero la mayor parte del tiempo la vida como tutor era esencialmente un cómodo trabajo de patrocinio, en el que inculcabas un sentido de descubrimiento intelectual a un niño pequeño a cambio de un sustancioso salario que te dejaba intacto la mayor parte de tu tiempo libre; seguramente eso es lo que debían sentir los tutores que vivían en la finca de Tolstoi, pasando las horas de la noche persiguiendo a las campesinas locales después de educar al joven escritor por la mañana.
De hecho, es notable lo común que eran los tutores aristocráticos. Esencialmente universales. Tal vez hayas oído hablar del Grand Tour que realizaban los jóvenes aristócratas europeos, viajando de un país a otro, visitando universidades y disfrutando de las diversas culturas, cocinas y lugares de interés. Pero, ¿sabías que los jóvenes aristócratas siempre llevaban consigo a sus tutores?
«El joven (o la joven) no viajaba solo. A menudo era el tutor que ya había pasado tiempo educando al muchacho el que acompañaba al joven en sus viajes. También podía tratarse de un tutor especialmente designado para supervisar el viaje».
Quizá el ejemplo más claro en la historia de un genio construido mediante tutoría sea el caso de John Stuart Mill: filósofo, economista, político, feminista precoz y hombre del Renacimiento en todos los sentidos. Su padre, que ya era un intelectual famoso, educó explícitamente a John para que fuera un genio capaz de llevar adelante la causa del utilitarismo filosófico, alejándolo a propósito de los niños de su edad. El resultado fue:
«Empezó con el griego a los tres años y con el latín a los ocho, y a los doce ya había asimilado la mayor parte del canon clásico, junto con el álgebra, Euclides y los principales historiadores escoceses e ingleses. En los primeros años de su adolescencia estudió economía política, lógica y cálculo, dedicando su tiempo libre a digerir tratados de ciencia experimental como entretenimiento. A los quince años –al regresar de un viaje de un año a Francia, nación a la que acabaría llamando hogar– comenzó a trabajar en los principales tratados de filosofía, psicología y gobierno. Todo ello bajo la estricta supervisión diaria de su padre…»
Esta última parte es un patrón común: la línea que separa a padres y tutores es a menudo difusa, y es precisamente así como el estilo aristocrático de tutoría se mezclaba a veces con las vidas de los no aristocráticos. El padre de Karl Marx (que era lo bastante rico como para poseer viñedos) le dio clases particulares hasta los 12 años, y su escolarización oficial no comenzó hasta después. O consideremos el caso posterior de Hannah Arendt, una titánide de la filosofía del siglo XX; criada en la clase media-alta y judía de Alemania durante el ascenso de Hitler, no era aristócrata, pero recibió clases particulares de rabinos y profesores en varios momentos de su juventud y, lo que quizá sea mucho más relevante, su propia madre actuó como una tutora aristocrática3.
«La madre de Hannah Arendt, que se consideraba progresista, trató de educar a su hija siguiendo una estricta línea goetheana, que, entre otras cosas, implicaba la lectura de las obras completas de Goethe… En aquella época, Goethe era considerado el mentor esencial de la Bildung (educación), la formación consciente de la mente, el cuerpo y el espíritu… Su madre documentó minuciosamente el desarrollo (Entwicklung) de Hannah en un libro que tituló Unser Kind (Nuestro hijo) y en el que la comparaba con lo que entonces se consideraba normale Entwicklung ("desarrollo normal")».
Otro ejemplo de un caso en el que los padres actuaron como tutores aristocráticos: Virginia Woolf. Aunque Woolf es famosa por no haber recibido una educación formal, fue rigurosamente educada en casa.
«Durante su infancia, Woolf no fue a la escuela. Sin embargo, tuvo un tutor que la instruyó en literatura inglesa y en los clásicos. Su padre también se interesó por su educación, dando a Woolf y a sus hermanos clases particulares en las que les recomendaba literatura y trabajaba para mejorar su escritura».
Teniendo en cuenta estos ejemplos, es probable que uno de los factores que contribuyen a que el fenómeno de la genialidad sea hereditario sea que los genios de la familia actúan como tutores aristocráticos, fomentando el aprendizaje, la vida de la mente e inculcando a los jóvenes la búsqueda de los misterios más elevados. Cuando el hermano mayor de Bertrand Russell le introdujo en la geometría a la edad de 11 años, Russell escribió más tarde en su autobiografía que fue:
«…uno de los grandes acontecimientos de mi vida, tan deslumbrante como el primer amor».
¿Es realmente sólo su facilidad genética innata, o las matemáticas estaban teñidas por el amor de su hermano mayor?
Hace poco discutía con un amigo la hipótesis de que la tutoría aristocrática (del tipo que ya no se hace) es el único método consistente conocido para, al menos ocasionalmente, producir genios, a lo que él objetó: «¿Y Einstein?». Un gran argumento. La reputación de Einstein le hace parecer uno de los genios más democráticos, un término del que es sinónimo; Einstein hace hincapié en lo innato del genio, su capacidad de venir de cualquier parte, incluso de un humilde empleado de patentes. ¿No se cuenta que sacaba malas notas en secundaria?
Pues bien, resulta que la mayoría de las cosas de la escuela son exageradas o apócrifas, y Einstein tuvo múltiples tutores mientras crecía en materias como matemáticas y filosofía, como su tío, Jakob Einstein, que le enseñó álgebra. De hecho, había un tutor familiar de los Einstein que se llamaba Max Talmud (posiblemente el mejor nombre de tutor de la historia), y fue Max Talmud quien introdujo al joven Albert, de 12 años, en la geometría, adelantándose a la eventual transformación por parte del joven Albert de nuestra comprensión del espacio y el tiempo en algo geométrico. Quizá ya no hacemos Einsteins porque ya no hacemos Max Talmuds.
Desde luego, no estoy diciendo que la tutoría aristocrática sea el único camino hacia la genialidad. Hay gente como Ramanujan, cuyo padre era oficinista, y que fue una de las mentes matemáticas más grandes de todos los tiempos (aunque señalaré brevemente que en su casa se alojaban estudiantes universitarios, que, según se ha sugerido, podrían haber actuado como tutores informales). Algunos genios no fueron tutelados, aunque verificar una ausencia es sorprendentemente difícil; la tutoría no suele mencionarse salvo en biografías detalladas. Sin embargo, lo cierto es que los niños que aspiraban a ser genios pasaban cantidades anormales de tiempo individual con adultos con inquietudes intelectuales, que a menudo les introducían en temas avanzados que iban mucho más allá de su edad. Cuando se empieza a buscar, los tutores aparecen como setas alrededor de los genios históricos.
La explicación tradicional de por qué todos los intelectuales solían ser aristócratas es que eran los únicos que disponían de tiempo libre para dedicarse a la vida intelectual. Pero, ¿y si nunca se trató únicamente de ocio, sino también de un estilo de educación que se ha olvidado?
La disminución de los genios parece coincidir con el fin de la aristocracia. Europa ocupa un lugar destacado en la historia de los genios por muchas razones, pero quizá también por su tradición secular de aristocracias tuteladas. Y esto se extendió bastante hasta la Edad Moderna. Por ejemplo, si me obligaran a punta de pistola a nombrar a las dos mentes más brillantes del siglo XX, elegiría a Bertrand Russell y John von Neumann. ¿Es realmente una coincidencia que ambos fueran básicamente aristócratas? «Von» es, después de todo, un título. Eran reliquias, anacronismos en un siglo que se alejaba vergonzosa y rápidamente de los de su clase. Extraterrestres de un mundo más antiguo.
Considera ahora nuestra situación actual. A pesar de todo el lenguaje que profesa lo contrario, en general el sistema educativo de Estados Unidos se basa por completo en el determinismo genético. Se supone que un niño nace con rasgos innatos, incluyendo, por ejemplo, una preferencia en cuanto a lo que quiere ser cuando crezca (que de alguna manera se espera que esté completamente formado dentro de su yo de seis años). Luego se les introduce en el sistema escolar, una meritocracia académica competitiva envuelta en una burocracia jerárquica obtusa, una estructura en la que pasarán la mayor parte de su vida de jóvenes adultos, obligados a aprender sobre todo de sus compañeros, que saben tan poco como ellos. A los que no pueden aguantar se les dan fármacos hasta que pueden. Si sus resultados son buenos o sus padres se gastan el dinero, puede que acaben en clases un poco más pequeñas, con profesores un poco mejores y con compañeros un poco más listos, pero la estructura será la misma. Los primeros intelectuales reales que la mayoría de los niños conocen en persona son sus profesores universitarios, ya con dieciocho años y metidos en una clase con docenas de personas (incluso en Harvard, los cursos introductorios suelen ser de cientos). ¿Acaso sorprende que tales métodos no produzcan genios de forma fiable? ¿No es anatema a la forma en que los seres humanos normalmente se interesan por las cosas? Secuestramos a los niños de las grandes mentes y, quizá valga la pena señalarlo brevemente, también secuestramos a las grandes mentes de los niños.
Hoy en día, la tutoría se considera sobre todo un correctivo a los fallos dentro de las estructuras burocráticas de la educación, como una intervención para ayudar en un curso, una nota o un examen4. En general, los que van bien en la escuela no reciben tutoría; es como si estuviéramos aplicando la salsa secreta de los genios únicamente a los niños que no van a ser genios.
¿Podría la tecnología acudir al rescate una vez más? Quizá la tutoría aristocrática no tenga que ser sólo para aristócratas. Investigaciones recientes han demostrado el efecto doblemente positivo de usar tutores con inteligencia artificial en comparación con los cursos tradicionales en línea. Quizá en el futuro podamos imaginar institutrices y tutores personalizados con inteligencia artificial. Pero para entonces, ¿necesitaremos siquiera genios humanos?
Volviendo al presente, aunque los cursos en línea son cada vez más populares, el gran experimento que supuso la introducción de Internet nos dice que el acceso a la información cuenta poco a la hora de producir genios, quizá casi nada. Por muy buenos que sean los tutoriales matemáticos de YouTube, no han desencadenado por sí mismos una edad de oro de los matemáticos. Por el contrario, lo que históricamente ha sido necesario para la genialidad es un compromiso temprano con los temas intelectuales, no el acceso a ellos. Y, para los seres humanos, el compromiso es un fenómeno social; en particular para los niños, esto requiere interacciones con adultos que no sólo pueden darles atención individual, sino también modelar para ellos lo que es un compromiso intelectual serio. Pensemos en la influencia que el veinteañero Max Talmud debió de tener en un Einstein preadolescente, al entregarle grandes libros de la talla de Spinoza y Euclides.
¿Podrías contratar a un Max Talmud para tu propia familia? Desde luego, me imagino una start-up especializada en tutorías aristocráticas en línea, orientadas no a los exámenes ni al relleno de currículums universitarios, sino a los fundamentos, completamente ortogonal a la norma de la producción académica en masa. Esto encajaría con otros movimientos recientes, como el del slow food. Ya se ha producido un aumento significativo de la educación en casa e incluso del unschooling (que suena como algo que, en algunos casos, podría ser esencialmente una tutoría aristocrática impulsada por los padres). Sin embargo, para una puesta en marcha de este tipo el problema es obvio: la tutoría pone de relieve el privilegio económico. Y como señaló Tocqueville, el rechazo de la aristocracia es uno de los fundamentos del ethos estadounidense. Es revelador que me sintiera incómodo escribiendo este ensayo, a pesar de estar seguro de que es cierto.
Entonces, aunque los costes fueran asumibles por la clase media-alta, ¿se permitiría la existencia de un sistema así?
No todo mejora con el tiempo. Hay muchas cosas que la gente hacía mejor en el pasado, tanto por la sabiduría perdida como simplemente porque antes no se fabricaban en masa. Los vestidos antiguos, las alfombras cosidas a mano e incluso los electrodomésticos de cocina eran más resistentes y duraban más. Uno puede comprar en Internet una espada samurái barata fabricada en serie, pero sería tonto si la usara en una pelea contra una hoja de acero 20 veces doblada, aunque esta última fuera antigua. Los violines Stradivari, fabricados a mano por miembros de la familia italiana Stradivari, tienen fama de tener un sonido superior y único en comparación con los violines fabricados incluso con las técnicas más modernas.
Un niño que pasa de una institutriz que le enseña varios idiomas a un erudito de renombre que le da clases de matemáticas avanzadas tampoco puede reproducirse en el mundo actual. Al convertir la educación en un sistema de producción en masa, creamos un sistema magníficamente democrático que ha hecho que la mayoría de la gente, y el mundo en su conjunto, esté mucho mejor. Fue una decisión acertada. Pero perdimos las mentes más elegantes y bellas, las mentes Stradivari, que se crearon mediante un proceso artesanal.
La desafortunada consecuencia es que, en un sentido muy real, nuestra cultura intelectual está llena de figuras que son esencialmente imitaciones producidas en serie de sus antepasados aristocráticos. Son de calidad decente, cumplen su función y su producción es barata. Pero no creo que tengan el mismo sonido.
Las institutrices parecen ser una parte ignorada de este relato histórico: a menudo no se hace referencia explícita a ellas como tutores, pero actuaban precisamente como tales, sobre todo en las primeras etapas de la educación, como el aprendizaje de idiomas. Y las institutrices eran incluso más comunes que los tutores entre los aristócratas que acabarían convirtiéndose en los genios de la época.
La muerte de Descartes a manos de un tutor no figura entre las muertes innobles de eruditos, reservada para aquellos que murieron a causa de choques con perros, como Jean-Jacques Rousseau, atropellado por un bullicioso sabueso gris. Kurt Vonnegut, décadas después de sobrevivir al bombardeo de Dresde, tropezó con un perro pequeño que le enrolló la correa en las piernas. Pero Francis Bacon los superó a todos, muriendo al intentar rellenar de nieve un pollo muerto.
Incluso los amantes de Hannah Arendt actuaron como tutores aristocráticos. Cuando aún era una joven estudiante universitaria, Arendt tuvo un romance con su profesor, el filósofo Martin Heidegger, que ella describió (quizá perversamente) como «la bendición de mi vida». Al parecer:
«Arendt era para Heidegger una mujer joven y hermosa que podía seguir los complicados caminos de su pensamiento; él era para ella una iniciación a la filosofía existencial y a la vida de la mente».
Quizá los superricos siguen haciendo de tutores aristocráticos, ¿en secreto? Resulta que en su mayoría son, de nuevo, intervenciones, incluso si nos fijamos en el tutor más caro:
«…el tutor que colocó por 400.000 dólares al año era para una familia rica de la Costa Oeste. El estudiante tenía problemas con la escuela y con el abuso de sustancias, por lo que el tutor tuvo que educar al estudiante en casa y entrenar al estudiante y su familia a través de la rehabilitación».
Gracias. Buenísimo. Aunque probablemente la causa de que haya menos Einsteins no se deba solamente al sistema educativo sino a múltiples factores, básicamente la organización social. Es bastante probable que haya por ahí algún Russell o un Dostoyevsky publicando en alguna editorial de cuarta categoría, sin repercusión ni reconocimiento alguno por parte de las élites de la cultura. Incluso el propio Einstein tendría problemas hoy en día para publicar y defender sus teorías frente a la jerarquía académica y probablemente no habría podido salir de la oficina de patentes a menos que tuviera millones de followers en instagram.
Magnífico artículo Sergio. Me ha encantado.
Dejando aparte lo de la educación en masa, que yo creo que es el principal culpable de todo esto, otra cuestión que yo veo hoy en día es que «sobre protegemos» a los niños. No queremos que pierdan lo bonito de la infancia. Y yo me imagino esos niños de antes, con sus institutrices y tutores estudiando a los clásicos, filosofía, álgebra, geometría, prácticamente desde que empezaban a hablar. Probablemente nunca tuvieron o disfrutaron de su infancia. Con 12, 16 o 18 años eran ya eminencias en muchos campos. Sin pisar un colegio o universidad. Nada equiparable a lo que vemos hoy en día.
Poco se habla también de los tutores e institutrices. ¿Realmente existen hoy en día figuras así? Es la parte que más me ha gustado del artículo. Estas figuras eran también genios en potencia y se les debería dar más visibilidad en la Historia, sin duda.
Gracias por estar. ❤️