Isco Alarcón llenó de alegrías al madridismo. Junto a Toni Kroos, Luka Modrić y Carlos Enrique Casemiro, formaba un mediocampo de ensueño. 4 copas de Europa en 5 años, prueba imborrable del dominio madridista en Europa.
Isco pasó de jugar en la élite a desaparecer de los terrenos de juego. En una entrevista con Jorge Valdano, con la perspectiva que da el tiempo, el futbolista malagueño reconoce que se empezó a considerar una víctima:
«Cuando estás en esa situación: nada es culpa tuya, este es un tal, echas balones fuera constantemente, y el tiempo te da la perspectiva de qué hiciste tú para cambiar, por qué no diste un paso más, por qué no luchaste más.
(…)
Al final el que más se arrepiente soy yo, y lo digo ahora que ha pasado mucho tiempo, ahora que vuelvo a disfrutar del fútbol como un niño pequeño, pero claro, como te digo, en ese momento estaba peleado con todo el mundo, le echaba la culpa a menganito, a fulanito, y me sentía una víctima y no lo era. No lo era».
Algunas ideas del libro Los peligros de la moralidad, pueden ayudarnos a entender mejor el victimismo y sus riesgos.
La cultura del victimismo
La cultura moral de Occidente evolucionó de una cultura del honor, donde la reputación importa y frente al desafío se responde con violencia —no luchar era perder el honor—, a la cultura de la dignidad, algo inherente que existe sin importar lo que otros piensen. De la cultura de la dignidad estamos evolucionando hacia la cultura del victimismo, donde las personas que reciben cualquier agravio buscan terceras partes para solucionarlo.
El victimismo es un juego de suma cero. Si reconocen a otro como la víctima no me reconocen a mi. No hay recursos ilimitados, y quién recibe más ofensas, gana las «Olimpiadas de la Opresión» y se lleva el premio. Esto incentiva a bajar cada vez más el listón de qué es considerado una falta. Aparecen las microagresiones, faltas breves que ocurren en el día a día y que pueden ser verbales, conductuales o ambientales. Ejemplo: agarrar la cartera si ves a un afroamericano por la calle o quedarte mirando las muestras de afecto de una pareja homosexual. Esto acaba por atrofiar nuestra capacidad para resolver problemas entre personas, al recurrir frente a la mínima agresión a terceras partes.
La aparición de las microagresiones están muy relacionadas con la idea de «deslizamiento de concepto», la expansión de significado de algunas palabras (agresión en este caso). Palabras como abuso, acoso, trauma, trastorno mental, adicción o prejuicio cada vez son más amplias y subjetivas. El círculo moral se expande, acabando en lo que se conoce como hipersensibilización al daño. Esto tiene consecuencias positivas: progresamos moralmente ayudando a personas cuyo sufrimiento estaba siendo ignorado; pero también tiene consecuencias negativas: la gente que sufre problemas graves puede pensar que se trivializa su sufrimiento. Si la línea cada vez es más fina y subjetiva, es fácil caer en el sobrediagnóstico y el sobretratamiento. Podemos entrar en un círculo vicioso moral que acabe perjudicando las interacciones sociales.
La teoría diádica
Nuestra mente construye modelos y plantillas para navegar la complejidad del mundo. La moralidad no es la excepción. Según la teoría diádica, creamos una pareja moral compuesta por el agente y el paciente, el perpetuador y la víctima. Esta díada nos lleva a encasillar moralmente a la gente: o eres agente moral o eres paciente moral. Si alguien es agente moral, pasa a tener responsabilidad y capacidad de agencia, y ya no puede ser paciente. Si alguien es paciente moral, se le adjudica capacidad de sufrir y derechos, y ya no puede ser agente. El peligro es que la categorización moral no se aplica a los actos, sino a las personas, y esta clasificación es permanente.
Cuando alguien se convierte en víctima pierde su capacidad de agencia. Adiós a cualquier posibilidad de cambiar por sus propios medios, y a esperar a que un tercero venga a solucionar sus problemas. Huye de la etiqueta de víctima como de la peste. Demasiado fácil echar balones fuera. Quéjate construyendo. Aunque no tengas la culpa, asume la responsabilidad de tu situación. Si la necesitas, pide ayuda, pero parte de que nadie va a venir a salvarte.
Sergio-.
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Es un clásico que aprendemos con los primeros catarros a los 5 años: si enfermo, me sobremiman; la siguiente es simularme enfermo.
Conocí a un anciano en una obra que lo expresaba clarito: “el que no llora no mama, pero los hay que se cogen unas indigestiones de tanto llorar…”
Hoy día el fenómeno se ha expandido y con la sociedad del espectáculo primero nos han infantilizado (efectivamente disneyzado) y después de meternos en funnels de perfección para hacernos barbies nos meten en funnels de trastornos, que venden más porque tienen más morbo. De forma que a los 30 vendemos juventud y a los 50 decrepitud.
Una buena torta a tiempo nos habría venido muy bien :-)
Maravilloso como siempre, la cultura del victimismo (quizás sea mucho decir cultura, actitud social me suena mejor) para mí es la infantilización social e incluso personal. Como no soy tan bueno como tú explicando estas ideas, te dejo un enlace a un artículo de un sicólogo al que sigo hace años, por la simplicidad con la que se expresa.
http://sociologiadivertida.blogspot.com/2023/11/la-disneyzacion.html