«Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande». — Arquíloco
Las categorías nos permiten acercarnos al mundo. Isaiah Berlin dedica El erizo y el zorro a tratar de entender a Lev Tolstói, un pensador incategorizable. El escritor ruso es un zorro: sabe que «no hay teoría que pueda contener la inmensa variedad de actitudes humanas posibles»; un zorro que desea ser un erizo. Es en la historia donde Tolstói busca esa explicación única. Así describe Berlin algunas de las ideas del escritor:
«Solo la historia —la suma de toda la información que se puede descubrir empíricamente— tenía la llave del misterio de por qué sucedía lo que sucedía tal como sucedía y no de otra forma».
«Por lo tanto, solo la historia podía arrojar luz sobre los problemas éticos fundamentales que obsesionaban a Tólstoi y al resto de los pensadores rusos del siglo XIX. ¿Qué hacer? ¿Cómo vivir? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué debemos ser y hacer?»
En el genial prólogo, Mario Vargas Llosa advierte de los peligros de buscar soluciones totales. Hay verdades contradictorias y fines irreconciliables. No todos los valores son compatibles. Las utopías nos prometen que no tendremos que renunciar a nada: igualdad y libertad, ¿para qué elegir si podemos tenerlo todo?
Cómo acaban las utopías aplicadas al mundo real, ya lo sabemos todos. Dejemos de jugar al avestruz —así llama Vargas Llosa a la actitud de negarse a aceptar la renuncia—. Avanzamos cuando nos conformamos con éxitos mediocres pero efectivos. Retrocedemos cuando aplicamos las grandes soluciones totalizadoras.
En el momento de escribir estas líneas, estoy asistiendo al curso de Filosofía como ventaja táctica en el Instituto Tramontana. En el descanso de la segunda clase, le preguntaba a Máximo si alguien estaba intentando unificar todas las teorías filosóficas. Sentí el impulso de ser un erizo, de buscar una respuesta totalizadora a todos los problemas. El curso va justo de lo contrario: tratar de entender diferentes visiones de cada tema, algunas incluso contradictorias entre sí.
Es normal que tu mente te pida LA respuesta. El contrapeso lo describe Berlin: «usar en cada contexto los métodos que parezcan más apropiados, que den los mejores resultados (desde un punto de vista pragmático), resistir a las tentaciones de los lechos de Procusto». Venías buscando LA respuesta, y lo que te encuentras son nuevas preguntas. Sentías el impulso de ser un erizo pero la realidad se empeña en recordarte lo importante que es la adaptabilidad del zorro.
«Disfrazado o explícito, en todo erizo hay un fanático; en un zorro, un escéptico», escribe Vargas Llosa. Hay erizos que llevan tantos años estudiando lo mismo que han construido fortalezas inexpugnables alrededor de SU idea. Me sorprende lo claro que lo tienen todo, a la par que me genera desconfianza. Esta especie de erizos ya no quieren añadir nuevas herramientas a su caja, sólo justificar el uso de su martillo dorado. Como Procusto con sus víctimas, encajan la situación —incluso deformando sus particularidades– a su idea. Hay que escucharlos desde la distancia, para aprender sin que su solución totalizadora te atrape.
Berlin nos recuerda lo que somos: «somos, por supuesto, patéticamente ignorantes, y las áreas de nuestro conocimiento son una increíble pequeñez en comparación con todo el territorio inexplorado». No hay una sola respuesta para todo. A veces se me olvida y, como Tolstói, busco la solución total. Ni hoy la he encontrado, ni la espero encontrar nunca. Seguiré buscando.
Sergio -.
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Gracias por leer Aprendizaje Infinito.
Buena publicación. Ese sentido totalizador que buscaba Tolstoi en la historia es propio del historicismo decimonónico. Hegel hallaba una "astucia de la razón" operando tras el triturador devenir. Y ese es el germen de la tortilla de la que hablaría I. Berlin. Lo repasaba aquí: https://jajugon.substack.com/p/puede-encontrarse-un-sentido-a-la
Llevándomelo a mi terreno: Kafka VS Dan Brown.