«Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo». – Nietzsche
No estamos hechos para sangrar un poco todos los días. Lo único que te mantiene en la partida es la creencia irracional de que todo cambiará de la noche a la mañana. Es antiintuitivo. Es irracional. Es como funciona.
No he parado de dar vueltas a las ideas de la conversación de Joan y Recuenco en Kapital. Compartí mis notas en Twitter y con este post quiero conectar las ideas con algunas de mis experiencias personales.
El camino arriesgado
La mayoría de jóvenes quieren ser funcionarios. Nos han educado en un sistema con reglas claras: estudia el temario para aprobar y obtén un aprobado, hazlo con la mayoría de asignaturas y pasarás de curso. La oposición se parece a lo poco que sabes hacer cuando sales del colegio: estudiar para perseguir una recompensa clara en el horizonte, un trabajo que supuestamente es para toda la vida. Aunque no para todo el mundo, hay vida fuera del sector público.
Compartía Taleb en El Cisne Negro un pasaje titulado La crueldad de los iguales con el mayor de los inconvenientes de este camino: la crueldad social.
«Sales cada mañana de tu diminuto apartamento en el East Village de Manhattan para dirigirte a tu laboratorio de la Universidad Rockefeller, en East Sixties. Cuando regresas a casa por la noche, las personas que componen tu red social te preguntan si has tenido un buen día, porque quieren ser corteses. En el laboratorio, la gente tiene más tacto: naturalmente que no has tenido un buen día; no has descubierto nada. No te dedicas a reparar relojes. El hecho de no descubrir nada es algo muy valioso, ya que forma parte del proceso del descubrimiento: bueno, ya sabes dónde no hay que buscar. Otros investigadores, sabedores de tus resultados, no intentarán reproducir tu importante experimento, salvo que haya una revista lo bastante sensata para pensar que ese «no descubrir nada» constituye una información y merece ser publicado.
Tu cuñado, por otro lado, es vendedor en una empresa de Wall Street, y no para de acumular buenas comisiones; comisiones cuantiosas y constantes. «Trabaja muy bien», oyes que dicen, sobre todo tu suegro, con un rápido y pensativo nanosegundo de silencio después de haberlo dicho, lo cual te hace ver que tu suegro estaba haciendo una comparación. Fue involuntaria, pero la hizo.
Las vacaciones pueden ser terribles. Te encuentras con tu cuñado en las reuniones familiares e, invariablemente, detectas signos inconfundibles de frustración en tu esposa, quien, por un momento, antes de recordar la lógica de tu profesión, piensa que se ha casado con un perdedor. Pero tiene que frenar su primer impulso. Su hermana no dejará de hablar sobre las reformas que ha hecho, sobre el nuevo papel pintado. Tu mujer estará más callada de lo habitual al volver a casa. Ese malhumor empeorará ligeramente porque el coche que conduces es alquilado, ya que no puedes pagar una plaza de aparcamiento en Manhattan. ¿Qué deberías hacer? ¿Mudarte a Australia y así disminuir la frecuencia de las reuniones familiares, o cambiar de cuñados casándote con alguien cuyo hermano tenga menos «éxito»?
¿O sería mejor que te vistieras de hippie y adoptaras una actitud desafiante? Quizá funcionara en el caso de un artista, pero no sería tan fácil en un científico o un hombre de negocios. Estás atrapado.
Trabajas en un proyecto que no produce resultados inmediatos ni sistemáticos; en cambio, la gente de tu alrededor trabaja en cosas de las que sí obtienen resultados. Tienes problemas. Éste es el sino de los científicos, los artistas y los investigadores que viven perdidos en la sociedad, en vez de hacerlo en una comunidad aislada o en una colonia de artistas.
Los resultados positivos desiguales, de los que obtenemos mucho o prácticamente nada, son los que prevalecen en muchas ocupaciones, especialmente en aquellas que tienen un sentido de misión, como la de buscar obstinadamente (en un laboratorio maloliente) la escurridiza cura del cáncer, la de escribir un libro que cambiará la idea que la gente tiene del mundo (mientras viven al día), la de componer música o la de pintar iconos en miniatura en los vagones del metro y considerarlo una forma superior de arte, pese a las diatribas del anticuado «erudito» Harold Bloom.
Si eres investigador, tendrás que publicar artículos intrascendentes en publicaciones «de prestigio», para que los demás te saluden de vez en cuando al encontrártelos en seminarios y conferencias.
Si diriges una empresa pública, seguro que antes de que aparecieran los accionistas te iba perfectamente, cuando tú y tus socios erais los únicos dueños, junto con unos espabilados inversores capitalistas que comprendían la irregularidad de los resultados y la naturaleza inestable de la vida económica. Pero ahora tienes a un torpe analista de seguridad de treinta años que trabaja para una empresa del centro de Manhattan «juzgando» tus resultados y sacándoles demasiada punta. Le gustan las recompensas continuas, y lo último que tú puedes proporcionar son tales recompensas.
Muchas personas realizan sus trabajos con la impresión de que hacen algo bien, aunque es posible que no demuestren resultados sólidos durante mucho tiempo. Tienen que posponer continuamente la gratificación, para sobrevivir a una sistemática dieta de crueldad impuesta por sus colegas, y no desmoralizarse por ello. A sus primos les parecen idiotas, como se lo parecen a sus compañeros, de ahí que tengan que mantener el coraje. No cuentan con confirmación alguna, ninguna validación, ningún alumno que le salude, ningún premio Nobel. «¿Cómo te ha ido el año?» Esta pregunta les produce un leve pero contenible espasmo de dolor en lo más profundo de su ser, ya que todos sus años le parecerán un desperdicio a quien contemple su vida desde fuera.Pero luego, ¡bang!, llega ese suceso que conlleva la gran confirmación. O es posible que nunca llegue.
Créame el lector, resulta duro afrontar las consecuencias sociales de un fracaso continuo. Somos animales sociales; el infierno son los demás».
Compartía Recuenco su experiencia en el hilo turras.
Me siento identificado con Javi y con Nassim aunque en circunstancias bastante diferentes. Tengo 24 años y vivo en casa de mis padres. Estudié Administración y Dirección de Empresas en la Universidad Carlos III de Madrid. Exceptuando algunas asignaturas y profesores, la carrera me pareció una mierda, hasta el punto de que la dejé aparcada cuando me quedaba solo un año. Mi madre y mi abuela querían que la terminara; iba a ser el primero de mi familia en tener un grado universitario. Ahí sufrí la presión de grupo que describe Taleb y, esta vez, acabé perdiendo la partida. Terminé la carrera y me dieron un título firmado por el rey que nadie me ha pedido todavía y que guardo en el fondo de un cajón.
Cuando empecé la carrera me empezó a gustar el mundo del fitness, escribí por Instagram a varios influencers para ver si necesitaban ayuda y empecé a trabajar creando post en Instagram para lo que era en aquella época Audiofit (ahora Fitgeneration). La cosa empezó a ir bien y me hice autónomo. Al año, mis ingresos se desplomaron sin aviso y me di de baja. Volví a la carrera e hice prácticas en una consultora educativa, en la que me contrataron. Al ser una empresa pequeña con muchas oportunidades, crecí y aprendí mucho y rápido. Al año y poco, llevando el segundo proyecto más grande de la empresa, sentí que me faltaba algo. Ganando un sueldo bastante bueno para mi edad y con proyección, decidí dejarlo para dedicarme a Aprendizaje Infinito. En ese momento el proyecto generaba 0€.
Mi coche silencioso fue el viaje a Asturias que hacemos el grupo de amigos todos los años. La mayoría colocados en consultoras o asesorías, se empezaban a asentar y recibían sus primeros ascensos. Yo había dejado Mindset y lo que facturaba no llegaba ni a los mil euros brutos. Cuando nos pusimos al día en lo profesional, sentí ese leve pero contenible espasmo de dolor en lo más profundo de mi ser. Todavía lo recuerdo.
Tampoco me flipo. No he tardado 20 años en empezar a ver resultados; los primeros frutos, quizás los más jodidos, ya han llegado. La supervivencia (la prioridad del proyecto) está asegurada con La Membresía. Aunque van casi cuatro años de travesía, sólo ha sido un año de duras consecuencias sociales porque los tres años anteriores lo compaginé con trabajos y estudios, y de puertas para afuera era un hobby y no con lo que me ganaba la vida. Pude asumir el riesgo porque vivo con mi madre, tenía ahorros y poco que perder.
Algunas particularidades del camino arriesgado:
(1) Es difícil encontrar una lógica en por qué funciona un proyecto, si es que la hay. En el colegio sabías el temario que entraba en el examen, en la vida no sabes qué vas a necesitar para aprovechar la oportunidad porque ni siquiera sabes cuál va a ser ni cuándo va a aparecer. Los puntos se conectan a posteriori. En un entorno donde todo parece guionizado, destaca el proyecto auténtico e imperfecto, el proyecto que tiene alma. El exceso de razón termina con ella. Seguir solo métricas cortoplacistas como el dinero, termina con ella. Respetar y venerar el alma de tu proyecto es una buena guía.
«El dinero vendrá si el resto de la gente conecta con la verdad que estás poniendo encima de la mesa». — Recuenco
«Quizás hace diez años, por una actividad no remunerada, en realidad me estaba preparando». — Joan
(2) Nuestro hardware paleolítico no está diseñado para asumir riesgos ni lidiar con la incertidumbre. Jugarlo contra tu propia biología, aunque doloroso, es necesario si quieres salirte del camino establecido.
«Prefieren un mal real a un mal posible».
«Prefieren quebrar a cambiar».
«Prefieren la certidumbre del mal al riesgo». — Recuenco
(3) Nada está garantizado. La vida no funciona bajo el mecanismo acción–premio en el que nos han educado. Son 20 años triunfar de la noche a la mañana. A veces menos, a veces más. Nos acordamos de la obsesión con premio como Michael Jordan, Rafael Nadal o Kobe Bryant. ¿Qué mueve a una persona que está siendo destrozada por su verdad como Tesla? ¿Cuándo estás sacrificando demasiado por tu obsesión? No hay respuestas claras. La locura y la obsesión están a dos grados de distancia. La diferencia es el éxito. A veces no llega.
(4) Tu entorno puede apoyarte pero nunca te va a comprender. Hay confianza ciega, no entendimiento. No hay palabras suficientes. El camino arriesgado hay que vivirlo.
(5) El sentido común es software, se puede cambiar. Lo cambian los irracionales, los locos, los que siguen su pulsión y se arriesgan, los Job, Musk, Curie... Algunos mueren entre los dientes de una orca. Sin esa gente no avanzamos, no hay progreso.
(6) Hacerte adulto implica adueñarte de tus propios riesgos y cometer tus propios errores. Un error bien procesado es el maestro más útil. Tus cicatrices se convierten en tu ventaja competitiva. Nada de lo que puedas leer o escuchar te ahorrará el sufrimiento del viaje. Ese precio tienes que pagarlo.
Sergio-.
Chapeau a todo, excepto a que la diferencia no es el éxito, ese que a veces no llega, si lo entendemos como reconocimiento, ingresos o trascendencia. El verdadero éxito está ahí todo el rato, en el viaje, en defender con fervor el alma de lo que haces, en dotar de sentido cada decisión, como dice Viktor E. Frankl. Tú ya has triunfado.
'Terminé la carrera y me dieron un título firmado por el rey que nadie me ha pedido todavía y que guardo en el fondo de un cajón.' 💯