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«Hay una vieja noción que es preciso rehabilitar, dándole un lugar más importante que nunca ha tenido: es la idea de vocación. No hay vida sin vocación, sin llamada íntima. La vocación procede del resorte vital, y de ella nace, a su vez, aquel proyecto de sí misma, que en todo instante es nuestra vida». — José Ortega y Gasset
«La curiosidad es la mejor guía. Tu curiosidad nunca miente, y sabe más que tú sobre a qué merece la pena prestar atención». — Paul Graham
«Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo». — Friedrich Nietzsche
«La piedra sin pulir está dentro de ti. Tienes que encontrarla y luego perfeccionarla». — Shiro Nishi
Shizuku es una adolescente de catorce años que se encuentra en plena transición hacia la vida adulta. La joven pasa su tiempo leyendo y escribiendo. Las primeras responsabilidades del mundo adulto interrumpen sus ocupaciones. En unas semanas tendrá que superar unos exámenes importantes. Algunas tareas domésticas empiezan a llevar su nombre.
Un día como cualquier otro, el padre de Shizuku se deja el almuerzo en casa y la joven es la encargada de acercárselo a la biblioteca en la que trabaja; es eso, o limpiar toda la casa. Antes de que su hermana mayor cambie de opinión con el desigual reparto de tareas, Shizuku sale corriendo a coger el metro. Allí, dentro del vagón, descubre a un gato. Con la inocencia propia de la niñez, la joven le pregunta a dónde se dirige. El gato no responde. El metro se detiene y el animal se baja corriendo del vagón. Los adultos no parecen darse cuenta. Solo otro niño reacciona al ver al animal. Su madre le sostiene con fuerza la mano para que no llegue a tocarlo. Shizuku, poseída por la curiosidad, sale corriendo detrás del animal, pero pronto lo pierde de vista. Parecía el comienzo de una gran aventura.
Justo antes de entrar en la biblioteca, aparece la segunda oportunidad. La joven ve a lo lejos al gato. Los exámenes y el almuerzo de su padre pueden esperar; el gato no. La curiosidad gana de nuevo la batalla. Shizuku corre veloz detrás del felino. Esta vez no puede perderlo. Las terceras oportunidades son mucho más raras que las segundas. Solo personal autorizado, se lee en una señal. La joven no frena por ello la búsqueda. Shizuku persigue al animal a través de rincones inexplorados. Tras subir una inclinada pendiente, ambos llegan a una zona de la ciudad completamente desconocida para ella. El gato llega a su destino: una tienda de artesanía y antigüedades. Sorprendida, Shizuku entra en el pequeño local. Allí conoce a Shiro Nishi, un anciano en el que encontrará a un maestro. Allí descubre a El Barón, una estatua que protagonizará su primera historia escrita. Todo por perseguir al gato.
Pocos dichos populares han hecho más daño que «la curiosidad mató al gato». Por suerte, Shizuku ignoró el consejo y decidió perseguir al animal. En el caso de la joven, su vocación era la escritura y pudo cultivarla; aunque a punto estuvo de caer presa de las demandas útiles y productivas del mundo adulto.
Cómo Einstein encontró su vocación
Vuelta del universo animado de Susurros del corazón al mundo real. Como bien sabe cualquier lector de autoayuda que se precie, un libro que aspire a la mejora personal sin una historia de Albert Einstein no es un buen libro. Así describe el físico italiano Carlo Rovelli, en sus Siete breves lecciones de física, cómo este gran científico descubrió su vocación:
De joven, Albert Einstein pasó un año entero haraganeando ocioso. Si no se pierde el tiempo no se llega a ningún sitio, algo que los padres de los adolescentes olvidan a menudo. Estaba en Pavía. Había vuelto con su familia tras dejar los estudios en Alemania, donde no soportaba el rigor del instituto. Era a comienzos de siglo, y en Italia se iniciaba la Revolución Industrial. Su padre, que era ingeniero, instalaba las primeras centrales eléctricas en la llanura del Po. Albert leía a Kant y a ratos perdidos asistía a clases en la Universidad de Pavía: por diversión, sin matricularse ni hacer exámenes. Es así como se llega a ser científico en serio.
Ocioso, perdiendo el tiempo, por diversión, ratos perdidos; respuestas bastante diferentes a las que esperaba encontrarme. Pensaba que Einstein, como muchos otros genios, descubrió su vocación cuando todavía tenía el chupete. Me equivocaba, me equivocaba completamente.
El poder de las pequeñas oportunidades
En el libro Outliers, de Malcolm Gladwell, descubrí una idea que captó mi atención: las pequeñas ventajas al inicio marcan la diferencia durante toda la vida. Empezar a practicar un deporte con tres años o empezar a practicarlo con diez puede ser la diferencia entre llegar o no a la élite. ¿El motivo? Una pequeña ventaja inicial permite acceder a nuevas oportunidades, dando lugar a lo que Gladwell llama «el efecto Mateo». El concepto recibe este nombre por la frase del Evangelio: «Porque a todo el que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado». En la parábola bíblica, el siervo que recibe más talentos, tiene más para invertir y logra mayores retornos. En el aprendizaje, quien antes empieza, antes consigue sus primeras oportunidades de desarrollo y quien las aprovecha, consigue todavía mejores oportunidades, que amplían la brecha con el resto de mortales.
La historia por excelencia sobre cómo las primeras oportunidades marcan la diferencia es la de las hermanas Polgár. Para conocer su historia tenemos que empezar por su padre, László Polgár, un pedagogo húngaro convencido de que el genio no nace sino que se hace. László decidió poner a prueba sus hipótesis y teorías pedagógicas con sus propias hijas. Las tres hermanas serían la prueba definitiva de que la genialidad es fruto del trabajo. La disciplina elegida fue el ajedrez, un juego con criterios objetivos que permitiría determinar si el experimento funcionaba. Debido a la falta de escuelas de ajedrez en Hungría, László optó por que sus tres hijas aprendieran desde casa. Esta decisión le costó amenazas y problemas con las instituciones educativas y legales húngaras. Estos obstáculos no frenaron la peculiar educación que recibieron sus hijas.
Desde los primeros años de vida, las tres hermanas aprendieron a jugar al ajedrez. Primero, conocieron el tablero y cada una de sus casillas. Una vez dominado el terreno en el que pasarían sus próximos años de vida, empezaron a jugar partidas solo con el rey. Tras dominar el rey contra rey, empezaron a introducir piezas; primero un peón, después la reina... Poco a poco, pieza a pieza, partida a partida, las hermanas dominaron el ajedrez. Motivadas por los problemas cada vez más difíciles que se encontraban sobre el tablero, desarrollaron un profundo amor por la disciplina. Cuando estuvieron preparadas, las tres compitieron al máximo nivel.
Los resultados fueron increíbles. Zsuzsa, Zsofi y Judit rompieron numerosos récords Guinness y obtuvieron varias medallas olímpicas para Hungría. Los resultados más sorprendentes fueron los de la menor de las tres, Judit Polgár. Judit se convirtió, con solo quince años y cuatro meses, en la persona más joven en alcanzar el rango de gran maestro internacional, rompiendo el anterior récord de Bobby Fischer. Además, en el momento de escribir estas líneas, Judit es la única mujer que ha estado entre los diez mejores jugadores del mundo y es, sin lugar a dudas, la mejor jugadora de ajedrez de la historia.
¿Qué pasa con los que a pesar de haber vivido ya una parte importante de nuestra vida no hemos encontrado todavía esa vocación? ¿Qué pasa con los que todavía no nos hemos cruzado con el gato? ¿Estamos ya perdidos si con cuatro años no hemos empezado a dedicarnos en cuerpo y alma a una disciplina?
David Epstein propone en su libro Amplitud una alternativa a la hiperespecialización precoz: «el periodo de prueba». En lugar de lanzarte a profundizar en una disciplina sin saber si es la correcta, Epstein propone probar y experimentar diferentes alternativas antes de especializarte en una. Siguiendo esta idea, además de descubrir con qué disciplina encajas mejor, desarrollarás un amplio rango de habilidades. Podrías pensar que nadie ha llegado a ser de los mejores siguiendo este camino, y... te estarías equivocando. Hubo un joven que durante su infancia y primeros años de adolescencia practicó esquí, lucha libre, natación, baloncesto, balonmano, tenis, pimpón, bádminton y fútbol. Con los años este joven llamado Roger Federer acabaría dedicando cada vez más tiempo al tenis hasta llegar a convertirse en uno de los mejores tenistas de la historia.
El primer paso hacia la maestría
Para el escritor Robert Greene, la culminación del ser humano es la maestría. Pensamos que las capacidades de un maestro nacen de la nada. Pensamos que la mayoría de mortales nunca podremos acceder a esta profunda fuente de satisfacción y realización por falta de talento. Pensamos que solo unos pocos genios tocados por una varita han sido, son y serán los elegidos para poder cambiar el curso de la historia con sus habilidades. La realidad es diferente.
Cuando ves a un maestro desplegando sus habilidades, solo estás viendo la punta del iceberg. Aunque (casi) con total seguridad, los mejores tienen muy buenas condiciones de partida, también llevan años perfeccionando sus habilidades. Todas estas horas de práctica, ocultas a la vista, culminan en la «competencia inconsciente»: la capacidad de desplegar una habilidad de manera fluida sin tener que procesar conscientemente todos los detalles. Si te paras a pensarlo, la mayoría hemos logrado la competencia inconsciente en algunas actividades cotidianas. Por ejemplo: eres capaz de mantener una compleja conversación con otra persona sin tener que pararte a pensar de manera consciente en cada palabra que entra en tus oídos o sale por tu boca. Los grandes maestros logran esta fluidez en su disciplina, lo que hace que parezca fácil. Me viene a la cabeza Magnus Carlsen, un gran maestro internacional que consigue que jugar al ajedrez parezca sencillo. Carlsen ha llegado incluso a ganar a jugadores experimentados mientras estaba borracho.
En su libro Maestría, Greene propone que para alcanzar la culminación como ser humano, el primer paso es descubrir tu «llamada vital». Tu llamada vital es una fuerza interior que te guía, despierta tu curiosidad más primitiva y está dirigida hacia tus inclinaciones naturales. De esta llamada vital nace un profundo deseo por aprender que te permite cultivar la paciencia, la persistencia y la confianza para el largo proceso que requiere alcanzar la maestría. Encontrar la llamada vital no es tarea fácil. El camino no es una línea recta y lo normal con cinco años es no saber qué quieres hacer.
Puede que tu voz interior se haya apagado, asfixiada por las obligaciones del día a día, o puede que seas incapaz de escucharla por todo el ruido de las personas que te rodean. Quizás has dividido tu vida en compartimentos y crees que el trabajo sirve solo para ganarse la vida, que fuera del tiempo de ocio está prohibido disfrutar.
De las anécdotas de grandes maestros descubriendo su llamada vital, mi favorita es la historia de Marie Curie. Con apenas cuatro años, la pequeña Marie quedó fascinada cuando entró al laboratorio de su padre. Siempre que podía, se escapaba allí a imaginar todo tipo de experimentos. En cuanto volvió a entrar a un laboratorio en su vida adulta, recordó esa experiencia de la infancia y supo que quería dedicarse a la investigación en cuerpo y alma. Este profundo deseo la ayudó a superar los obstáculos y las dificultades del camino. Marie Curie se convirtió en la primera mujer en recibir un premio Nobel, y en la primera persona en recibir dos premios Nobel: el de Física por las investigaciones sobre la radiación y el de Química por descubrir los elementos del radio y el polonio.
El conocimiento específico
En el hilo viral Cómo ser rico (sin tener suerte), el filósofo-inversor Naval Ravikant comparte un concepto que conecta con la llamada vital de Robert Greene. A pesar del título tan atrevido, el hilo está repleto de valiosas ideas. Centrémonos en el «conocimiento específico». Estas son las líneas que Naval dedica a este poderoso concepto:
«Los conocimientos específicos son aquellos para los que no se puede formar. Si la sociedad puede formarte, puede formar a otra persona y sustituirte».
«El conocimiento específico se adquiere persiguiendo la curiosidad y la pasión genuinas, en lugar de lo que esté de moda ahora».
«Adquirir conocimientos específicos te parecerá un juego, pero a los demás les parecerá un trabajo».
«Cuando se enseñan conocimientos específicos, es a través del apprenticeship1, no de la escuela».
«Los conocimientos específicos suelen ser muy técnicos o creativos. No puede subcontratarse ni automatizarse».
Nadie puede competir contigo siendo tú mismo. Hay habilidades para las que tienes cierta inclinación de forma innata. El conocimiento específico se construye sobre esas tendencias naturales. «Descubre lo que hacías de niño o adolescente casi sin esfuerzo. Algo que ni siquiera considerabas una habilidad, pero que la gente a tu alrededor percibía», reza un fragmento del Navalmanack. «El conocimiento específico es una extraña combinación de rasgos únicos de tu ADN, tu educación única y tu respuesta a ello. Está casi incorporado a tu personalidad y a tu identidad. Luego puedes perfeccionarlo», concluye Naval.
El conocimiento específico se puede confundir con el conocimiento especializado. Alguien con un conocimiento especializado sabe algo muy concreto de una disciplina; por ejemplo, un médico que conoce las diferentes enfermedades del último manual de medicina. Alguien con conocimiento específico, al combinar sus factores, sabe algo único e irreemplazable; por ejemplo, el doctor House. Su habilidad para comprender el comportamiento humano, su obsesión por resolver problemas y su comodidad asumiendo riesgos, convierten a este personaje en el único capaz de solucionar los casos más raros del hospital.
Estas habilidades que te hacen único son difíciles de identificar en uno mismo. El propio Naval cuenta como él quería ser astrofísico y su madre le dijo que se dedicaría al mundo de los negocios. Pregúntate y pregunta a las personas que mejor te conocen. ¿Qué hacías cuando eras pequeño? ¿Qué haces cuando tienes tiempo libre? ¿Hacia dónde te lleva tu curiosidad genuina? ¿Qué te hace único?
El plan del turista frente a la opcionalidad del flâneur
Perder el tiempo para probar diferentes disciplinas como hizo Einstein es algo impensable en la vida moderna. Cada vez nos definimos más por lo que producimos, como si el sentido de la vida fuese ser productivo. Nos inventamos manuales de instrucciones hasta para el tiempo de ocio. Vivimos nuestra vida, no solo las vacaciones, como si fuésemos el turista que visita una ciudad extranjera en la que tiene que pasar por los quince lugares imprescindibles. Antes de aterrizar en un nuevo destino, ya sabes qué vas a hacer el día de vuelta a las siete y media de la tarde. Eliminamos el espacio para las sorpresas.
La obsesión con el orden y la optimización puede hacerte olvidar las preguntas importantes. Tener planeado cada segundo del día te impide poder perseguir al gato, que si decide presentarse, seguro que lo hará sin cita previa. El flâneur es un término francés que representa la filosofía opuesta al turista. Este paseante vaga por las calles sin rumbo ni objetivo, perdiendo el tiempo, abierto a las interesantes oportunidades que esconde la ajetreada ciudad.
Se nos da mal lidiar con los grises. Siguiendo el movimiento de un péndulo, las respuestas se mueven de un extremo a otro, del blanco al negro. Cambiamos así una respuesta simple como es «Especialízate cuanto antes y exprime cada segundo de tu día», por el extremo opuesto: «Divaga y no te preocupes por el tiempo». Como imagino que intuirás, elegir qué aprender es bastante más complicado.
La «opcionalidad» es un término financiero que aprendí en la carrera y que puede ayudarte a tomar la decisión. Una opción es el derecho, que no la obligación, a comprar un activo. Si tienes una opción tienes una posibilidad, un plan B por si la cosa sale mal. En la vida, tener opciones es tener alternativas. Construir opcionalidad es aumentar tus alternativas, creando el espacio para poder descubrir lo que te gusta.
La opcionalidad es el medio, no el fin. Una vez descubres qué es importante para ti, tienes que comprometerte. Formar una familia, montar un proyecto, alcanzar la maestría en una disciplina o escribir un libro son imposibles sin compromiso.
El profesor de finanzas de Harvard Mihir Desai captura los peligros de convertir la opcionalidad en fin:
La distancia más corta entre dos puntos es una línea recta. Si tus sueños son evidentes, persíguelos. La creación de opciones y la compra de billetes de lotería no son estaciones de paso en el camino para perseguir tus resultados soñados. Son desviaciones peligrosas que te cambiarán.
El «dilema de explotar o explorar» ayuda a enmarcar la decisión: ¿divago por la ciudad como un flâneur para poder aprovechar el posible encuentro con el gato o planifico mi día como un turista para ir al destino que me importa? ¿Exploro para buscar mejores alternativas o me quedo con la mejor de entre las opciones que ya conozco?
Depende. Depende de tu momento vital, depende de los riesgos que puedas y estés dispuesto a asumir, depende de tus responsabilidades y depende del número y la calidad de las opciones que tengas a tu disposición. ¿Para qué vas a estar todo el día explorando si sabes qué quieres aprender? ¿Para qué vas a seguir un plan milimétrico si no tienes ni idea de qué quieres hacer?
El consejo de Einstein a su hijo
Antes de cerrar el capítulo, volvamos un minuto con Einstein. Mientras estaba sumergido en la creación de la teoría de la relatividad general, escribió una carta a su hijo de once años en la que le regalaba un bonito consejo que puede servirnos como criterio para elegir qué aprender:
Toca principalmente las cosas del piano que te gustan, aunque el profesor no te las asigne. Esa es la forma de aprender más, hacer algo con tanto placer que no te des cuenta de que pasa el tiempo. Yo a veces estoy tan enfrascado en mi trabajo que me olvido de la comida.
Tan sencillo y tan olvidado: hacer algo con tanto placer que no te des cuenta de que pasa el tiempo. A veces nos tomamos la vida demasiado en serio y nos olvidamos de lo importante que es disfrutar de lo que hacemos. Es obvio que no todo el mundo puede dedicar su vida a lo que le gusta. Hay facturas que pagar, obligaciones que cumplir y responsabilidades que no se pueden eludir; pero quizá sea una buena idea empezar a dedicar el tiempo libre a esa actividad en la que no te das cuenta de que pasa el tiempo o, si todavía no la has encontrado, a explorar hasta encontrarla.
¿Dónde te lleva la curiosidad?
Perseguir al gato si aparece, como Shizuku. Perder el tiempo por diversión, como Einstein. Especializarse en cuanto descubras tu vocación, como las hermanas Polgár. Probar hasta encontrar la disciplina en la que desarrollarte, como Federer. Volver a lo que hacías cuando eras niño, como Curie. Encontrar la extraña combinación de factores que te hace único, ese conocimiento específico sobre el que escribe Naval. Divagar sin rumbo ni objetivo, como el flâneur. Practicar lo que te hace olvidarte del reloj, como Einstein aconsejaba a su hijo. Elijas el camino que elijas, sigue tu curiosidad.
La curiosidad te meterá en problemas. Algunos querrás resolverlos.
➜ Descubre qué problema quieres resolver en el segundo capítulo de Aprendizaje Infinito.
Aprovecha la semana de lanzamiento (2-9 de abril) para hacerte con los bonus:
1 copia o más. Acceso a una videollamada grupal sobre los 5 principios para aprender de forma más efectiva.
10 copias o más. Tendrás una videollamada personal de 20 minutos para hablar sobre tu propio camino de aprendizaje.
100 copias o más. Iré a tu empresa a dar una conferencia presencial de 30 minutos sobre cómo fomentar una cultura de aprendizaje.
No existe una buena traducción al español de apprenticeship. Esta forma de aprendizaje se basa en la estrecha relación entre maestro y aprendiz que permite a este último desarrollar sus habilidades. Es común en oficios como la carpintería. Curiosamente es la segunda fase que Robert Greene propone en Maestría.
Buah, que buena introducción!! Me ha encantado. Mira que he visto todas las de Ghibli y juraría que estabas contando el inicio de "Haru en el reino de los gatos", pero es verdad que era "Susurros del corazón" (que se parecen un poco jaja). Muy buen artículo y gracias por regalarnos el primer capitulo del libro. Lo compraré seguro.