Hay textos que cambian el curso de la historia. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos está entre los elegidos. Escrita en 1776, sus líneas siguen transmitiendo el poderoso mensaje que dió a luz a la nación hoy más poderosa del mundo.
«Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad.
Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad».
El documento firmado por los 56 Founding Fathers fue escrito sólo por tres: Thomas Jefferson, John Adams y Benjamin Franklin. Por aquel entonces, Franklin era el mayor de los 56. Tenía ya 70 años y no siempre fue un gran escritor.
Cómo Benjamin Franklin aprendió a escribir
El pequeño Franklin abandonó pronto la escuela. Eran demasiados hermanos y no había dinero suficiente. Con 10 años, empezó a trabajar con su padre en el negocio de la fabricación de velas y jabones. En su Autobiografía, con la perspectiva que da el tiempo de tener los puntos ya conectados, Franklin comparte las fuentes de sus primeros aprendizajes.
«… al vivir cerca del agua, estuve mucho en ella y en torno a ella, aprendí pronto a nadar bien, y a manejar botes; y cuando estaba en un bote o canoa con otros muchachos, comúnmente se me permitía gobernar, especialmente en cualquier caso de dificultad; y en otras ocasiones era generalmente un líder entre los muchachos, y a veces los metía en líos…»
«…ha sido un placer para mí ver a buenos obreros manejar sus herramientas, y me ha sido útil, habiendo aprendido tanto con ello como para poder hacer yo mismo pequeños trabajos en mi casa cuando no se podía conseguir fácilmente un obrero, y construir pequeñas máquinas para mis experimentos, mientras la intención de hacer el experimento estaba todavía reciente y ardiente en mi mente».
«Desde niño fui aficionado a la lectura, y todo el poco dinero que llegaba a mis manos lo invertía en libros».
Con 12 años, Benjamin entró a trabajar en la imprenta de su hermano James. Además de aprender el oficio, esta posición le permitió acceder a mejores libros. Benjamin los cogía prestados, pasaba la mayor parte de la noche leyendo y los devolvía a la mañana siguiente intactos, como si nada hubiese pasado. Con estas nuevas lecturas, el joven despertó su interés por la poesía y, animado por su hermano, se lanzó a escribir pequeñas baladas. Su padre le invitó a dejar la poesía con el devastador argumento de que la mayoría de escritores de versos acaba mendigando.
El joven Franklin encontró en John Collins, otro muchacho aficionado a los libros, un amigo. Ambos discutían, intercambiando y retando sus ideas, aprendiendo el uno del otro. John solía ganarle los debates a Benjamin, más que por la solidez de sus argumentos, por su fluidez. Decidieron llevar el debate al formato carta. El exigente padre del joven Franklin encontró los papeles de su hijo y los leyó.
«Sin entrar en la discusión, aprovechó la ocasión para hablarme de mi manera de escribir; observó que, aunque tenía ventaja sobre mi oponente en ortografía y puntuación correctas (lo que debía a la imprenta), me quedaba muy corto en elegancia de expresión, en método y en claridad, de lo cual me convenció con varios ejemplos. Me di cuenta de lo acertado de sus observaciones, por lo que presté más atención a la forma de escribir y decidí esforzarme por mejorar».
A diferencia de la mayoría de jóvenes, Benjamin hizo caso a su padre. Encajó la crítica: sus textos dejaban mucho que desear, y pensó en una solución. En un periódico de la época encontró un modelo y, con ingenio, creó ejercicios para imitarlo:
«Por aquel entonces me encontré con un extraño volumen del Spectator. Era el tercero. Nunca antes había visto ninguno de ellos. Lo compré, lo leí una y otra vez y me encantó. Me pareció que la redacción era excelente y deseaba, si era posible, imitarla. Con este fin, tomé algunos de los artículos y, haciendo breves alusiones al sentimiento de cada frase, los dejé reposar unos días y luego, sin mirar el libro, traté de completarlos de nuevo, expresando cada sentimiento insinuado con la misma extensión y plenitud con que había sido expresado antes, con las palabras adecuadas que tuviera a mano. Luego comparé mi Spectator con el original, descubrí algunos de mis errores y los corregí».
Comparando su trabajo con el del modelo, encontró sus puntos débiles y, otra vez tirando de ingenio, creó nuevos ejercicios para corregirlos.
«Me di cuenta de que me faltaba una reserva de palabras, o una facilidad para recordarlas y usarlas, que pensé que habría adquirido antes si hubiera seguido haciendo versos; ya que la continua necesidad de palabras del mismo significado, pero de diferente longitud, para adaptarse a la medida, o de diferente sonido para la rima, me habría obligado a buscar constantemente la variedad, y también habría tendido a fijar esa variedad en mi mente, y hacerme maestro de ella. Por lo tanto, tomé algunos de los cuentos y los convertí en verso; y, después de un tiempo, cuando me había olvidado bastante bien de la prosa, los volví a escribir».
Entre errores, a base de repetición, logró sacar algún buen texto.
«Comparando después mi trabajo con el original, descubrí muchos defectos y los enmendé; pero a veces tenía el placer de imaginar que, en ciertos detalles de poca importancia, había tenido la suerte de mejorar el método o el lenguaje, y esto me animaba a pensar que con el tiempo podría llegar a ser un escritor inglés aceptable, lo cual era extremadamente ambicioso».
Obsesionado con mejorar sus ideas y su forma de transmitirlas, Franklin incorporó los ejercicios en su rutina.
«Mi tiempo para estos ejercicios y para lectura era por la noche, después del trabajo, o antes de que empezara por la mañana, o los domingos, cuando me las arreglaba para estar solo en la imprenta, eludiendo todo lo que podía la asistencia común al culto público que mi padre solía exigirme cuando estaba bajo su cuidado, y que de hecho todavía consideraba un deber, aunque no podía, como me parecía, disponer de tiempo para practicarlo».
«(le) propuse a mi hermano que si me daba semanalmente la mitad de lo que pagaba por mi pensión, me hospedaría yo mismo. Aceptó al instante y enseguida me di cuenta de que podía ahorrar la mitad de lo que me pagaba. Era un fondo adicional para comprar libros. Pero tenía otra ventaja.
Mi hermano y los demás se iban de la imprenta a comer, y yo me quedaba allí solo, y en cuanto terminaba mi ligero almuerzo, que a menudo no era más que una galleta o una rebanada de pan, un puñado de pasas o una tarta de la pastelería, y un vaso de agua, tenía el resto del tiempo hasta que volvían para el estudio».
Es indudable que Benjamin Franklin tenía talento, pero también lo tenía su amigo John Collins, que optó por otro camino.
«En Nueva York encontré a mi amigo Collins, que había llegado allí algún tiempo antes que yo. Habíamos sido íntimos desde niños, y habíamos leído juntos los mismos libros; pero él tenía la ventaja de disponer de más tiempo para la lectura y el estudio, y un genio maravilloso para el aprendizaje matemático, en el que me superaba con creces.
Mientras viví en Boston, pasé con él la mayor parte de mis horas libres para conversar, y siguió siendo un muchacho tan sobrio como trabajador; era muy respetado por su erudición por varios clérigos y otros caballeros, y parecía prometer hacer una buena figura en la vida. Pero, durante mi ausencia, había adquirido el hábito de emborracharse con brandy; (...) según mi relato y lo que oí decir a otros, se emborrachaba todos los días desde su llegada a Nueva York y se comportaba de un modo muy extraño. También había jugado y perdido su dinero, de modo que me vi obligado a pagar su alojamiento y sus gastos de ida y vuelta a Filadelfia, lo cual me resultó sumamente incómodo».
Collins le prometió a Franklin enviarle el primer dinero que ganara para saldar su deuda. Franklin nunca más supo de él.
«Para ser bueno un escrito, debe encaminarse a beneficiar al lector, mejorando su virtud o sus conocimientos. Pero, aparte de la intención del autor, el método debe ser exacto y preciso; esto es, debe proceder de lo conocido a lo desconocido, distinta y claramente, sin confusión. Las palabras que se empleen deberán ser las más expresivas que el lenguaje proporciona, toda vez que son las que más se entienden. Nada que pueda expresarse bien con una palabra debe expresarse con dos; esto es, nunca o rara vez han de usarse los sinónimos; pero el conjunto debe ofrecer toda la brevedad compatible con la claridad; las palabras deben estar colocadas de manera que, en la lectura, resulten gratas al oído; resumiendo: un escrito debe ser llano, claro y breve».
Espero que encuentres inspiración en la fascinante historia de Benjamin Franklin y en el ingenioso plan de ejercicios que le convirtió en un gran escritor.
Sergio -.
Las citas, salvo el fragmento de La Declaración de la Independencia, aparecen en la introducción y en los primeros dos capítulos de la Autobiografía de Benjamin Franklin.
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Las biografías son siempre enriquecedoras para nuestra propia historia.
Esta me ha interpelado en muchos sentidos.
Compartido!
Genial, muchas gracias. Y además, inspirador que Franklin comenzara trabajando en una imprenta, con todo lo que ella supuso para el movimiento que levantó a las trece colonias y para fraguar la conciencia nacional estadounidense.