«Lo que uno hace realmente es lo de menos — replico él amargamente. Lo único que cuenta es lo que somos capaces de hacer creer a los demás que hemos hecho.» — Sherlock a Watson en Estudio en escarlata
Es obvio. Lo sé. Pero las obviedades conviene recordarlas a menudo. Las personas comparten lo que quieren que veas. Los éxitos se pregonan en la plaza del pueblo y los fracasos se pierden en el silencio del cementerio. Algunos errores sí se comparten, esperando un aplauso por la aparente valentía. Contar un problema obvio o intrascendente no es de valientes. Solucionarlo aunque nadie lo sepa, sí.
La vulnerabilidad, como muchas buenas ideas, se está convirtiendo en un nuevo y vacío discurso. Cuando una postura no encaja, buscamos refugio en el extremo opuesto. Pasamos de no mencionar la vida privada a contar cada detalle. Llevamos mal los grises. Queremos, aunque equivocada, una respuesta simple que elimine la incertidumbre. Rescatando la metáfora de Taleb, preferimos un mapa de los Pirineos estando en los Alpes a no tener nada con lo que orientarnos.
Parece que si no puedes contar una historia, no ha ocurrido. La prevención de problemas pierde la batalla narrativa; no da votos, no vende. La ausencia de relato oculta muchos héroes. El que publicita el problema —inventando, agravando o dando más visibilidad de la que merece—, sí consigue capturar nuestra atención.
Encuentro cierto paralelismo con el círculo vicioso de los movimientos de masas que describe el escritor Rob Henderson: «La fórmula es más o menos así. Los movimientos de masas que son buenos en lo que hacen provocan la frustración de las personas que antes estaban satisfechas y frustran aún más a sus seguidores mientras pretenden hacer avanzar el movimiento. Esto significa que los movimientos de masas más fuertes van a ser inevitablemente los que mejor se las apañen para no cumplir sus objetivos. Cualquier movimiento que realmente haga avanzar los intereses de sus seguidores frustrados hará que éstos se sientan menos frustrados. Por lo tanto, dejarán de ser miembros.» El problema es el pilar sobre el que se construye la historia. Cumplir el objetivo —acabar con el problema— implicaría destruir el movimiento. Y pocas fuerzas más poderosas que la supervivencia.
¿No ocurre algo parecido con las personas? Si te defines como alguien vulnerable, alguien que comparte su vida con sus seguidores, ¿qué pasa si una semana no te ha ocurrido nada interesante? ¿No podría surgirte la tentación de inventártelo? Y si tu perfil gira alrededor de un problema, ¿no podrías bajar un poquito el listón para señalar también aquello? ¿Y si además sigues a personas con comportamientos similares? ¿No parece esa chispa un incendio prometedor?
La audiencia te captura si no sabes mantener un mínimo de secretos. Construyes un personaje, los incentivos de las redes le dan forma y, si eres incapaz de mantener la independencia de la soledad en medio de la multitud, acabas preso de su identidad. Las personas que son recompensadas por hacer cosas estúpidas las continúan haciendo y tú no eres la excepción.
Mírame a mí, escribiendo un viernes más. Me siento a pensar aunque no tenga un tema definido, esperando que en el proceso salga algo interesante. A veces no estoy conforme con el resultado. Le doy al botón de publicar igual. Me quedo con la conciencia tranquila de que lo he intentado, o por lo menos, esa es la historia que me cuento.
Sergio -.
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Gracias por leer Aprendizaje Infinito.
¿Será por eso que el mundo suele ser de los mediocres que hacen escandalete? Sabato fue una cosa rara. Odiaba el escandalete pero no se sabe bien porqué le tocó la fama y creo que no le sentaba nada bien. Dejo una tontería, sin escandalete. Refugio anticrisis que pocos leen, por suerte. http://marinafiloc.blogspot.com.ar/2014/05/en-busca-de-jesus-quintero-chapter-one.html
Muy buenas reflexiones Sergio y MUY gráfico el ejemplo del problema 🙂