Si al final de tus vacaciones perdieras todos tus recuerdos y tus fotos, ¿tomarías la misma decisión? Con este dilema, Daniel Kahneman enseña lo compleja que es la felicidad. Esta palabra de moda se ha convertido un cajón de sastre para demasiadas cosas, perdiendo su utilidad.
Soy Sergio San Juan. Estas leyendo Aprendizaje Infinito, una newsletter semanal donde aprender cada viernes.
Divide y vencerás. Dos yos: el yo que recuerda y el yo que experimenta . El yo que experimenta vive en el presente. El yo que recuerda cuenta la historia de nuestra vida. Nuestro cerebro convierte las experiencias en narraciones, dejando por el camino gran parte de la información. Los cambios, los momentos importantes y el final; lo que más pesa en la historia que nos contamos. La mayoría de experiencias se pierden sin dejar rastro, ignoradas por el yo que recuerda. La duración pasa a un segundo plano. Durante el año, si las vacaciones duraron dos o tres semanas será irrelevante. Las risas mientras cenas con tu familia, el helado viendo el mar o esa partida épica al futbolín, marcan la diferencia.
Vives en la tiranía del yo que recuerda. Las vacaciones duran semanas; los recuerdos, apenas unas horas al año. Sin embargo, el yo que recuerda, en busca de buenos recuerdos, es el que tiene más voz en las decisiones. "Nada en la vida es tan importante como piensas que es mientras estás pensando acerca de eso", nos advierte Kahneman. Ilusión de enfoque: pensar que hay felicidad donde no la hay.
El yo que recuerda quiere cumplir objetivos, ganar dinero, tener una carrera profesional exitosa… El yo que experimenta quiere pasar tiempo con las personas que quieres. Lo ideal es mantener a los dos yos felices: tener una vida repleta de experiencias con buenas historias que contar(te).
La muerte de Iván Ilich
La vida de Iván Ilich, guiada por la ambición y la vanidad, acaba mal. Tolstói narra sus últimos momentos. El yo que experimenta, sufre dolores preso de la enfermedad. El yo que recuerda, vive arrepentido.
“Y cuando surgió en su mente, como a menudo acontecía, la noción de que todo eso le pasaba por no haber vivido como debiera, recordaba la rectitud de su vida y rechazaba esa peregrina idea”.
Nadie quiere pensar que no está viviendo como “debería”. Tolstói cree que el autoengaño tiene las patas cortas. Al final de tu vida, desnudo frente a la muerte, es muy complicado mentirse a uno mismo.
“Se le ocurrió ahora que lo que antes le parecía de todo punto imposible, a saber, que no había vivido su vida como la debía haber vivido, podía en fin de cuentas ser verdad. Se le ocurrió que sus tentativas casi imperceptibles de bregar contra lo que la gente de alta posición social consideraba bueno - tentativas casi imperceptibles que había rechazado inmediatamente - hubieran podido ser genuinas y las otras falsas. Y que su carrera oficial, junto con su estilo de vida, su familia, sus intereses sociales y oficiales… todo eso podía haber sido fraudulento. Trataba de defender todo ello ante su consciencia. Y de pronto se dio cuenta de la debilidad de lo que defendía. No había nada que defender”.
Tolstói nos enseña un final no deseado para evitarlo. Vive experiencias y construye buenos recuerdos. Vive una vida de la que no te arrepientas.
Sergio -.
P.d: La primera parte de esta newsletter está basada en estas dos charlas.
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