La filosofía nació de la pregunta, de la curiosidad por entender y explicar el mundo. En el siglo XXI, la tiranía de la utilidad puede hacernos olvidar qué es lo que nos hace humanos. Una escuela en pleno centro de Madrid resiste. Acaba la agotadora semana laboral y un honesto filósofo madruga para llegar a tiempo desde Barcelona.
Durante 4 semanas, las preguntas te acompañarán en la rutina. ¿La belleza habita en el objeto que se muestra o en el sujeto que contempla? ¿Podemos considerar libres las decisiones que tomamos las personas en nuestro día a día? ¿El sexo (macho, hembra) es cultural o biológico? ¿Hay que decir siempre la verdad?
Llegas a la clase del sábado por la mañana con tus intentos de respuesta. En 3 horas, el mundo dejará de ser el mismo. Máximo se pone el gorro de cada filósofo y ya no sabes a quién creer. Cuando piensas que has encontrado el consuelo de la certeza en algún pensador, llega otro a aguarte la fiesta. Acabas con más preguntas que respuestas; buena señal: las preguntas son parte esencial de lo que nos hace humanos.
Primera parada: la belleza. Los diálogos de Platón son el punto de partida. Sócrates le pregunta a Hipias qué es lo bello. «Lo bello es difícil», concluye el diálogo. Para los griegos, lo bello era una idea objetiva a la que uno podía acercarse mediante la imitación. David Hume transformó el concepto por completo. «La belleza no es una cualidad de las cosas en sí: Sólo existe en la mente que las contempla; y cada mente percibe una belleza diferente», escribió en su Tratado de la naturaleza humana. Al igual que para Copérnico el planeta Tierra dejó de ser el centro del Universo, para Kant el objeto dejó de ser el origen de la belleza. Nace la estética y los juicios subjetivos. Hoy se considera bella una escultura de un globo con forma de perro.
Segunda parada: la libertad. Ya en el siglo V antes de Cristo, los atomistas como Demócrito pensaban que estamos determinados, que no hay libertad que valga. Leibniz y Laplace se sumaron al carro, el segundo incluso prescindiendo de la hipótesis de Dios. Jean-Paul Sartre propone una alternativa: la condena de la libertad. El sujeto no es un mero espectador. El sujeto construye el mundo que le rodea. El individuo libre y responsable de Sartre se disuelve en la estructura de la sociedad. El psicólogo Barry Schwart remata la faena con la paradoja de la elección. Nos han vendido que más opciones es mejor. La parálisis por análisis y el malestar constante de que ahí afuera puede haber una mejor alternativa, empeoran el bienestar. Determinados o no, sin límites, la libertad nos acaba emborrachando.
Tercera parada: el individuo. En el siglo XX los sistemas filosóficos entran en crisis. Se duda de todo. Ya no hay fe en ninguna metanarrativa. La sociedad está fragmentada. Ya no se busca ser excelente, se busca ser excepcional, diferente, único, especial. Butler pone en disputa el género y yo sigo intentando asimilar las ideas de esta clase.
Cuarta y última parada: la verdad. Incluso en Matemáticas se utilizan expresiones como «en según qué contextos», «nos conviene» o «para que funcione bien». Ya no es la verdad, son las verdades. Sin lenguaje no hay verdad a la que acceder. Para poder dormir tranquilos, nos olvidamos que el lenguaje es un constructo. Nietzsche escribió: «las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son». En la condición posmoderna, nos volvemos conscientes de que estas verdades son ilusiones. Aparece la posverdad. La opinión vale más que los hechos. Reinan las emociones y los sentimientos.
Belleza, libertad, individuo y verdad, conceptos escurridizos que muchos pensadores han tratado de comprender. Las definiciones ayudan a la par que limitan en la titánica tarea de entender el mundo. Cuando piensas que lo tienes, surge una nueva pregunta. El cuestionar te hace consciente de que los cimientos no son tan sólidos como pensabas.
Las personas y el espacio enriquecen la búsqueda de respuestas. Filosofando en Tramontana, el tiempo pasa volando y te quedas con ganas de más. Algunos dicen que el vino también ayuda. Yo puedo decir, y espero que Máximo no me lo tenga en cuenta para próximas ediciones, que no hace falta el zumo de la uva para filosofar. Hasta la idea de «in vino veritas» se puede cuestionar.
Si quieres acercarte a estas ideas, te invito a que también tú, filosofes en Tramontana.
Sergio-.
Muchas gracias!!!! Tengo que ver de inventar algo cómo eso en Uruguay!! Abrazo de gol.
Tengo unas ganas enormes de hacer el curso, pero viviendo en provincias se hace cuesta arriba el tema desplazamientos cada fin de semana. Ojalá alguna edición intensiva o similar para poder escuchar a Máximo.