¿Está usted de broma, Sr. Feynman?
3 reflexiones tras releer las anécdotas vitales de este divertido profesor
“¡Que una persona haya podido inventar por sí sola tantas inocentes diabluras en tan sólo una vida ha de servirnos, sin duda, de inspiración!”.
- Ralph Leighton en el prefacio de ¿Está usted de broma, Sr. Feynman?
La vida de los genios demuestra que existen diferentes formas de acercarse al mundo. El sesgo de supervivencia, siempre al acecho, no te impide encontrar valiosas lecciones en la biografía de Feynman. Comparto en esta edición 3 reflexiones tras releer las anécdotas vitales de este divertido profesor.
La variedad vale la pena
Feynman, aún teniendo éxito en una prestigiosa universidad como el MIT, decide ir a otra universidad. Cambiar, sobre todo cuando las cosas van bien, parece una mala idea. Feynman enseña con su decisión que, aunque los resultados acompañen, merece la pena enterarte de “cómo es el resto del mundo”.
“Aprendí de las distintas facultades un montón de cosas diferentes. El MIT es un centro muy bueno; no estoy tratando de desprestigiarlo. Yo estaba pura y simplemente enamorado de él. Ha desarrollado además un espíritu de centro, con lo que todos cuantos permanecen a él están convencidos de que es el lugar más maravilloso del mundo; para ellos es, de alguna manera, el centro del desarrollo científico y tecnológico de los Estados Unidos, y si me apuran, del mundo. Es como la visión que los neoyorquinos tienen de Nueva York: se olvidan de que existe el resto del mundo. Y aunque estando allí no se tiene un buen sentido de la proporción de las cosas, sí se obtiene un excelente sentido de dónde se está, y de estar en ello, así como la motivación y el deseo de seguir adelante en el MIT, de que uno es uno de los elegidos, que ha tenido la fortuna de estar allí.
Aunque el MIT era bueno, Slater tenía razón al recomendarme que fuera a otra universidad para hacer mi tesis. Y yo doy con frecuencia el mismo consejo a mis alumnos: enteraos de cómo es el resto del mundo. La variedad vale la pena”.
Aún teniendo claro su gran amor: la Física, Feynman coqueteó a lo largo de su vida con otras disciplinas. Especializado en encontrar la solución, se mete en algo y ve hasta dónde es capaz de llegar. Persigue ideas y, con la mentalidad del científico, detecta errores para aprender de ellos.
“Aquella semana, estando en Harvard, Watson tuvo una idea, y durante algunos días hicimos juntos un experimento. El experimento quedó incompleto, pero tuve ocasión de aprender nuevas técnicas experimentales de uno de los mejores especialistas en aquel campo. Llegó entonces mi gran momento: ¡Había dado un seminario en el departamento de biología de Harvard. Siempre hago eso; me meto en algo y veo hasta dónde soy capaz de llegar. Aprendí mucho de biología y adquirí mucha experiencia. Mejoré en la pronunciación de la terminología, conocí lo que no se debe incluir en un trabajo técnico para un seminario y aprendí también a detectar fallos y debilidades técnicas en los experimentos. Pero yo amo la Física, y me encantó retornar a ella”.
Jugando con problemas
El rígido plan puede convertir tu hobby en disgusto. La curiosidad desaparece ante el exceso de imposiciones. El interés se pierde. Sin libertad de movimientos, tu gran amor puede convertirse en una cárcel. Feynman te invita, con esta anécdota personal, a jugar para volver a disfrutar de lo que haces.
“En aquel momento la Física me disgustaba un poco; pero antes yo disfrutaba haciendo Física. ¿Por qué disfrutaba? Porque lo que hacía era jugar con ella. Hacía lo que me apetecía, lo cual no tenía nada que ver con que fuese importante o no para el desarrollo de la Física nuclear, y sí, en cambio, con lo interesante y divertido que a mí me resultara jugar con ella. Por ejemplo, siendo estudiante de secundaria a lo mejor veía manar agua de un grifo y veía cómo se estrechaba el chorrito; me preguntaba entonces si podría averiguar la causa que determina esa curva. Encontré que era bastante fácil de resolver. No tenía la obligación de hacerlo; no era importante para el futuro de la ciencia; otros lo habían estudiado ya. Pero eso no importaba nada: yo inventaba cosas y jugaba con ellas, y lo hacía para mi propia recreación y entretenimiento.
Así que adopté esa nueva actitud. Ahora que estoy quemado, y que no voy a llegar nunca a nada, y que tengo este bonito puesto en la Universidad, dando unas clases que me gustan bastante, me voy a dedicar a leer Las mil y una noches por placer, y voy a jugar con la Física cuando me apetezca, sin preocuparme para nada de saber si es importante o no”.
Aparecen las paradojas. El juego se acaba convirtiendo en un trabajo que fluye. Los resultados mejoran cuando no te obsesionas con la productividad. Y aquello que hacías sin darle importancia, acaba convirtiéndose en lo más importante.
”Y antes de que me diera cuenta (muy poco tiempo) estaba jugando - trabajando, en realidad - con los mismos problemas de siempre que tanto me apasionaban, los que había dejado abandonados al irme a Los Alamos: problemas de tipo similar a los de mi tesis; todas aquellas cosas pasadas de moda, tan absolutamente maravillosas.
No costaba esfuerzo. Era fácil jugar con todo aquello. Era como descorchar una botella: todo fluía sin esfuerzo. ¡Casi traté de no dejarme llevar! En principio, lo que estaba haciendo no tenía importancia; pero en última instancia sí la tuvo. Los diagramas y otros resultados por los que me concedieron el Premio Nobel se originaron en aquellos devaneos con el bamboleo de la bandeja”.
La integridad del científico
El recordatorio, siempre necesario, de lo fácil que es autoengañarse.
“Para esta larga historia de aprender a no engañarnos a nosotros mismos - de integridad científica a ultranza - es algo que, siento decirlo, no hemos incluido específicamente en ningún curso concreto del que yo tenga noticia. Nos limitamos a confiar en que sea adquirida por ósmosis. El primer principio es que uno no debe engañarse a si mismo - y uno mismo es la persona más fácil de engañar -. Es preciso, pues, tener en esto el máximo cuidado. Una vez que uno no se ha engañado a si mismo, no engañar a los demás científicos es algo fácil. A partir de ahí basta ser honesto con la forma convencional”.
La honestidad con los demás parte de la honestidad con uno mismo. Feynman intenta dar un paso más allá del simple hecho de no mentir.
“De lo que estoy hablando es de un tipo específico de integridad, una integridad extra, que no consiste en no mentir, sino en mostrar en qué puede uno estar equivocado, que es la actitud que como científico uno debería tener”.
Finalizan las curiosas anécdotas de este fascinante ser humano con el mejor de sus deseos: la suerte de tener la libertad para ser íntegro. Copiando de forma descarada, cierro con sus mismas líneas, deseándote la misma suerte.
“Así pues, solamente les deseo a ustedes una cosa: la feliz suerte de encontrarse en algún lugar donde tengan libertad para mantener la clase de integridad que he descrito; un lugar donde no se vean obligados a perder su integridad científica para mantener su posición en la organización, o lograr el respaldo financiero, o lo que sea. Que tengan ustedes esa libertad. Así sea”.
Sergio-.
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