Existe un abismo entre saber y hacer. Saber qué hacer es necesario, pero insuficiente para conseguir buenos resultados. En ese espacio entre el saber y el hacer se encuentran las creencias: pensamientos subjetivos sobre cómo es y cómo funciona el mundo. Las creencias juegan un papel fundamental en el aprendizaje y en la vida. Lo más importante es que se pueden cambiar.
Cuando te enfrentas a un nuevo reto, sin darte cuenta, emites un juicio sobre si eres (o no) capaz de superarlo con las habilidades y las estrategias que conoces. La autoeficacia es la creencia en tu capacidad para llevar a cabo las acciones necesarias para superar un reto. Tu autoeficacia está formada por tus expectativas de eficacia: tus creencias sobre tu capacidad para llevar a cabo ciertas acciones; diferentes a las expectativas de resultado: tus creencias sobre si esas acciones producirán los resultados deseados.
Con ejemplos todo se entiende mejor. Imagina una portería de fútbol y un balón en el punto de penalti. De cada 10 tiros, ¿cuántos podrías dar al larguero? Tu respuesta captura cómo de capaz crees que eres de dar con un balón al larguero desde el punto de penalti o, lo que es lo mismo, tu autoeficacia en el crossbar challenge.
Conviene aclarar que la autoeficacia no es lo mismo que la autoestima (cómo te valoras a ti mismo), el autoconcepto (qué piensas sobre ti mismo) o la confianza (la seguridad que tienes en una creencia). Volviendo al ejemplo de dar al larguero: no es lo mismo valorarte mucho (autoestima) o creerte muy bueno en los deportes (autoconcepto) que creer, con mucha o poca seguridad (confianza), que de los diez tiros ni uno va a dar en el larguero (autoeficacia).
«A menos que las personas crean que pueden producir los efectos deseados con sus acciones, tienen pocos incentivos para actuar. La creencia de eficacia, por tanto, es una de las principales bases de la acción. Las personas guían sus vidas por sus creencias de eficacia personal». — Albert Bandura1
La autoeficacia determina las acciones que eliges realizar, cuánto esfuerzo inviertes y cuánto perseveras ante las dificultades. La persona con alta autoeficacia invierte esfuerzo y persevera frente a los contratiempos y las dificultades, lo que le lleva a mejores resultados. La persona con baja autoeficacia se resigna, tira la toalla al mínimo contratiempo y exagera las dificultades; la crónica de una muerte anunciada. Cuando crees que no puedes lograr un objetivo, ni lo intentas. En cambio, si crees que puedes lograrlo, y cuentas con los incentivos y las capacidades necesarias, te esfuerzas hasta conseguirlo. La autoeficacia influye en las acciones que llevas a cabo, que a su vez influyen en tus resultados; de ahí que Bandura lance esta atrevida afirmación: «Cuanto mayor es el nivel de autoeficacia percibida, mayores son los rendimientos alcanzados».
Cuando superas una y otra vez los retos que se cruzan en tu camino, te demuestras a ti mismo que eres capaz, lo que aumenta tu autoeficacia. Ocurre también a la inversa: cuando fracasas una y otra vez, te das cuenta de que eres incapaz, lo que reduce tu autoeficacia. Los resultados que obtienes cierran el círculo, influyendo en la autoeficacia.
Sentirte capaz y saborear las mieles de dominar una habilidad te puede cambiar la vida. Cuando crees que eres bueno en algo, tu interés aumenta. Cuando te quieres dar cuenta, esas primeras experiencias en las que sentías una alta autoeficacia, podrían haberse convertido en tu carrera profesional. Al sentirte capaz has entrado en el bucle (autoeficacia-acciones-resultados), que te ha llevado a seguir esforzándote en desarrollar esa habilidad. En un universo paralelo, Aprendizaje Infinito no existe. En ese universo, Vicky, mi profesora de Lengua en primaria, no me animó a escribir los cuentos que me hicieron creer que se me daba bien esto de escribir.
La autoeficacia también influye sobre el control que ejerces sobre tus propios comportamientos. Las personas con baja autoeficacia acaban subestimando la influencia que tienen sobre sus acciones. En un estudio sobre personas que intentaban dejar de fumar, Bandura observó que aquellos con baja autoeficacia para manejar sus impulsos recaían más fácilmente. Creer en tu capacidad para regular tus comportamientos y emociones es crucial para abandonar hábitos perjudiciales.
Las 4 fuentes de la autoeficacia
Existen 4 fuentes de información de las que se nutre nuestra creencia de autoeficacia: los resultados obtenidos, las experiencias indirectas, la persuasión verbal y la activación emocional.
Los resultados que obtienes son la mejor prueba de lo que eres capaz. Superar con éxito ciertos retos de forma repetida, suele incrementar la autoeficacia. Fracasar una y otra vez, especialmente al inicio, tiende a disminuirla. Los fracasos puntuales, si vienen acompañados de un reintento exitoso, pueden reforzar todavía más la autoeficacia, al demostrarte a ti mismo que con esfuerzo puedes superar incluso retos que antes no eras capaz.
Las experiencias indirectas: ver a otras personas superar el reto, nos demuestra que es posible. A mayor número de personas que superen el reto con diferentes características, mayor aumento de autoeficacia. La influencia de las experiencias indirectas es más débil y susceptible a cambiar que tus propios resultados.
La persuasión verbal puede darnos ese extra a veces tan necesario, siempre y cuando esté alineada con nuestras experiencias. Cuando alguien nos dice lo bien que lo estamos haciendo mientras fracasamos, lo único que consigue es perder su credibilidad.
La activación emocional nos ofrece valiosa información sobre nuestro desempeño. Valoramos más positivamente nuestras capacidades cuando estamos relajados y tranquilos que cuando experimentamos estrés, dolor, ansiedad o tensión. La interpretación de la emoción es lo que marca la diferencia. Mientras que los nervios previos a salir a un escenario significan falta de capacidad para el novato, para el orador profesional son sólo la señal de que está apunto de comenzar su discurso.
Matices que importan
Cuando uno va a recorrer el territorio, tan importante es conocer el mapa como sus límites. La autoeficacia no siempre se corresponde con las capacidades. Aunque no es la norma, hay incompetentes que se creen maestros y personas muy capaces que dudan constantemente de sus capacidades. Los resultados tampoco se corresponden siempre con la autoeficacia, influye también cómo los interpretamos. El incompetente que se cree maestro piensa que sus numerosos fracasos son causados por todo, menos por su falta de habilidad. Mientras, el capaz que se cree incompetente piensa que sus numerosos éxitos son causados por todo, menos por sus capacidades.
Probablemente lo ideal sea tener una autoeficacia un poco superior a tus capacidades. Creer que puedes un poco más de lo que realmente puedes te obliga a llevar a tus capacidades al límite. En ese límite, en el que te pones a prueba, tus capacidades crecen. Aunque te quedes en el intento, creer que podías un poco más, mejorará tus resultados. Importante: un poco. Tener niveles excesivamente elevados de autoeficacia es la receta perfecta para decepcionarte.
La siempre tentadora generalización es especialmente peligrosa en el abstracto mundo de las creencias. Creer que eres capaz no implica que seas capaz. Por sí sola, una alta autoeficacia no basta para desarrollar conocimientos y habilidades. Sin tiempo, trabajo y atención, no hay aprendizaje. No basta sólo con creer.
Sergio-.
Este texto se basa en dos artículos del investigador Albert Bandura:
Bandura, A. (1977). Self-efficacy: Toward a unifying theory of behavioral change. Psychological Review, 84(2), 191–215. https://doi.org/10.1037/0033-295X.84.2.191
Bandura, A. (1982). Self-efficacy mechanism in human agency. American Psychologist, 37(2), 122–147. https://doi.org/10.1037/0003-066X.37.2.122
Importantísimo el tema que nos traes, Sergio. Cuando hablabas de "el capaz que se cree incompetente" me viene a la cabeza el famoso fenómeno (síndrome) del impostor y su estilo de atribución 'desadaptativo'. Ese que no le ayuda, como bien dices, a atribuir sus éxitos a sus propias capacidades y que, por tanto, lo que aumenta es su sufrimiento y no, como debiera, su autoeficacia. ¡Gracias por compartir!
¿Donde entra la humildad aquí? Yo creo que lo mejor es tener la curiosidad de explorar nuestros limites, determinar donde terminan, y tener la humildad de pedir ayuda o aprender como extenderlos. Si nuestra autoeficacia es mayor que nuestras capacidades, al momento de fallar ¿no sería eso una desilusión que nos pueda llegar a frenar?