Encuentro una sensación casi adictiva en lo desconocido. La capacidad única en nuestra especie de construir explicaciones, te permite disfrutar del infinito proceso de entender lo que te rodea. En los libros encuentras intentos de desvelar las apariencias de la realidad. Personas mucho más inteligentes que tú, tras años de estudio en una materia, capturan sus depurados aprendizajes en el papel. Tú, desde la comodidad de tu casa, accedes al conocimiento. No eres consciente del privilegio.
Rovelli y Galfard guían tus primeros pasos para comprender desde el minúsculo átomo hasta el vasto universo. El colegio no despierta el entusiasmo por la ciencia que estos dos físicos transmiten. “La ciencia nos enseña a comprender el mundo, pero también nos da una idea de la vastedad de lo que ignoramos”. ¿Cómo no interesarte por la ciencia tras las palabras de Rovelli?
Te acercas con timidez a la titánica tarea de entender un poco de Física. Tu primer acercamiento a sus contraintutivas explicaciones ponen de manifiesto tus límites actuales. Descubres tu ignorancia. Vuelves a ser consciente de lo mucho que te queda por aprender. Con la arrogante ilusión del que cree que puede conocer el mundo que le rodea, emprendes la aventura. Contraintuitivo no significa incomprensible. La lógica te pide que abandones pero la curiosidad gana la partida y decides seguir explorando. Confías que, en el caótico proceso de aprendizaje, acabarás comprendiendo las mejores explicaciones que hemos logrado crear.
1915. La teoría más hermosa.
Escribo para entender. Comprender la realidad pasa por acercarse a lo misterioso, a lo contraintuitivo. Comprender la realidad pasa por asomarse a la Física.
Newton, obsesionado con la verdad, logró explicar el movimiento con las fuerzas descritas en sus leyes, siendo la gravedad una de ellas. Así me lo enseñaron en el instituto. Esta teoría nos permite construir aviones y rascacielos pero falla cuando intenta describir la órbita de Mercurio. El mapa no es el territorio. Los modelos, caracterizados por sus malos modales, tienen límites. Necesitábamos más precisión para comprender la danza del cosmos y apareció la creatividad en persona: nació Albert Einstein. En la primera de sus Siete breves lecciones de física, Rovelli narra sus inicios como científico:
“De joven, Albert Einstein pasó un año haranganeando ocioso. Si no se pierde el tiempo no se llega a ningún sitio, algo que los padres de los adolescentes olvidan a menudo. Estaba en Pavía. Había vuelto con su familia tras dejar los estudios en Alemania, donde no soportaba el rigor del instituto. Era a comienzos de siglo, y en Italia se producía la Revolución Industrial. Su padre, que era ingeniero, instalaba las primeras centrales eléctricas en la llanura del Po. Albert leía a Kant y a ratos perdidos asistía a clases en la Universidad de Pavía: por diversión, sin matricularse ni hacer exámenes. Es así como se llega a ser científico en serio”.
Einstein amplía los límites del modelo, superando la explicación de Newton. Un mapa más preciso de la realidad: la teoría de la relatividad general. La gravedad no es una fuerza, la gravedad es la consecuencia de la curvatura del espacio-tiempo. La tierra estaría desplanzándose en línea recta hacia los confines del universo de no ser por la curvatura en el espacio-tiempo que provoca el Sol. Galfard lo describe con maestría: “la gravedad no sería entonces más que el resultado de esa curvatura: siempre que algo cae, no lo hace a causa de una fuerza que tira de las cosas hacia abajo, sino porque las cosas se deslizan por una pendiente invisible en el tejido del universo (hasta que topan con un suelo de algún tipo que impide que sigan cayendo)”. En la misma página remata definiendo este misterioso fenómeno: ”La gravedad era una curva en el tejido del universo provocada por los objetos que esta contiene”.
Las frases suenan convincentes pero yo sigo sin entenderlo. Me encantaría decir que sentí algo parecido a Rovelli: “Recuerdo la emoción cuando empecé a entender algo. Era verano. Estaba en una playa de Calabria, en Codofuri, inmerso en el sol de esta región helénica del Mediterráneo, en la época de mi último año a la universidad. En los periodos de vacaciones es cuando mejor se estudia, porque no se tienen las distracciones de la escuela”. No es mi caso. Carlo, presa todavía de la emoción, sigue urgando en la herida: “Era como magia: como si un amigo me susurrara al oído una extraordinaria verdad oculta, y de repente apartará un velo de la realidad para desvelar un orden más simple y profundo”. Aún no he sido capaz de escuchar ese susurro que cambie mi visión del mundo. Aún no entiendo las ideas de Einstein: un recordatorio de que todavía me queda mucho por aprender.
Sergio-.
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Fantástica y humilde newsletter, yo tampoco he sentido lo mismo que Rovelli por ahora, pero la ilusión de llegar a ese entendimiento es lo que nos hace seguir teniendo ganas de aprender.
Bravo, bravo! Cómo me alegro que Rovelli y Galfard hayan tenido ese impacto en ti :)
Seguimos recorriendo el camino, amigo Sergio.